Para el Jeque, en edad de memorioso total.Del Presidente, sus gestos, dichos, acciones y omisiones (evaluados con método o sin método, con el cerebro al centro o con el hígado al timón) causan diferentes reacciones. No es exclusivo de él, pero merece atención como emblema de una tara de la política, por su autoconferido estatus de sol previo a Galileo con sus herejías: se propone eje del Cosmos conocido; lo que el jueves pasado ofreció a los aficionados al Mundial de futbol es nota al pie que da rigor al aserto: ofreció, para consuelo nacional por el fracaso de la Selección mexicana, que gocemos la aprobación de la que él goza entre el pueblo, sólo el mandamás de la India lo supera. Empuja a su universo amlocéntrico y eso provoca respuestas distintas. Para muchos, la consecuencia natural de eso que el Mandatario hace o no, que dice o se le ocurre, es enojarse. La mayoría, es de suponerse, queda indiferente; y el verbo no es inexacto: es una suposición, aunque no significa que no se pueda ofrecer algún soporte: cuánta importancia tienen para la vida de esa mayoría las posturas del mandatario de un país en el que cuatro de cada diez (en mediciones del Coneval que abarcan 2020) están instalados en la pobreza, y una persona por decena se cuenta en pobreza extrema; no faltarán quienes argumenten que las transferencias monetarias, las becas que el Presidente trae bajo la manga, un surtido rico de apoyos mínimos y hasta las mañaneras, hacen que para no pocas mujeres y hombres, la pesadez de sus tribulaciones económicas cotidianas sea menor y, en consecuencia, los beneficiados por esa supuesta magnanimidad no pueden estar entre los indiferentes respecto a lo que el Presidente gesticula y discursea; el contrargumento es que al tercer mes de disfrutarlas, el que se erige en benefactor importa poco (por otra vía corre el aspecto clientelar, que emisarios del Gobierno de cuando en cuando toquen a las puestas de los recipientes de los apoyos a “cobrar” la dádiva, convocando a marchas o las urnas) al cabo, la raíz de la pobreza, de la precariedad del empleo, no es atendida, o más precisamente expresado: no ha sido históricamente atendida. Al resto, muchos también, a quienes el presidente no enoja o les es indiferente, los emociona hasta la esperanza, al grado de defenderlo a ultranza. Así es la política puesta en las mesas domésticas, en los cafés, en las pláticas cuando los temas del clima y deportivos ya dieron de sí. A los males que no terminamos por extirpar les brotan retoños sexenalmente que no estimulan que se active uno de los recursos que distinguen a nuestra especie: la memoria, fundamental para que podamos presumir que aprendemos. Recordar y, entonces, modificar y reencaminar las acciones y las actitudes, o bien, reafirmarlas si sus efectos son los deseados. Para las mujeres y los hombres enojados, para los indiferentes, para la porra incondicional de la cuarta transformación: consideren hacer una lista de lo que no conviene olvidar, menos ahora que en el horizonte se vislumbran los cascos de “las cuencas naves” -es oportuno usar una expresión de la Ilíada- de la batalla electoral. Algunos ejemplos. El siguiente sexenio siempre ha resultado peor que el que en un momento dado padecemos, porque la realidad es más compleja de lo que reflejan las campañas para buscar el voto y los discursos de los gobernantes; estos nunca intentan una carrera de fondo, cada vez se trata de arrancones que agotan el combustible antes de que lleguen a la meta que sería deseable para la sociedad. No se ha comprobado que lo que trascendente para mejorar la calidad de vida sea cambiar hacia quien, en términos de gobierno, ofrece lo opuesto al que tenemos; la otredad en la política nacional es cosa de matices, si todo va bien, y de puros refritos si no pasamos, y no lo hemos hecho, de las recurrencias de los políticos. No es verdad que el país sea nuevo y diferente cada seis años, México es su pasado irresuelto, un presente de retentiva corta y sueños largos, y un futuro que suele acelerar en reversa. En las elecciones no se ofrecen, para elegir, mujeres y hombres de Estado, sino víctimas que, una vez en el poder, usarán lo que esté a su alcance para pregonar lo mucho que sufren y así evitar que nadie salga, menos la oposición, con que la inseguridad, la militarización, los desaparecidos, la desigualdad: si de padecer se trata, los gobernantes van mano, y al hacer lo que pueden, aseguran que hacen muchísimo y debemos agradecerles. Es tal la desmemoria, que personajes de la política que podemos colocar en el anaquel de “cartuchos quemados” pueden, súbitamente, lucir como idóneos para encabezar al país; confían en que la noción imperante es el recomienzo cíclico y sin mirar atrás, al grado que basta un apellido para que parezca que quien lo porta puede ser buen presidente. Olvidamos aquello de lo que somos culpables: la desidia que ejercemos entre sexenios, y creemos paliarla al atender acríticamente las opiniones de quienes al fondo sugieren, gobierne con gobierne, que todo vuelva a ser como fue para que ellos hagan lo que hacían como lo hacían, para beneficio personal. Pero más que nada, dejamos de tener en mente que lo bueno que México tiene es obra de la gente, de toda, no de los gobernantes, de la cultura a la productividad; olvidamos que lo que aquellos debían concertar, las acciones para estar seguros, para la salud y la educación, las del cuidado del medio ambiente y las leyes, no lo han hecho. Recordemos: consumen el tiempo de su responsabilidad cartografiando su sistema solar particular, mientras lo demás, sin embargo, se mueve. agustino20@gmail.com