Nunca se había discutido tanto y con tanta vehemencia una marcha. Nunca había visto tanta preocupación por unas pintas en un monumento histórico ni tantas maromas mentales para justificar lo injustificable, pero sobre todo para no hablar de lo que se tiene que hablar.¿Por qué cuesta tanto trabajo entender que las pintas en el Ángel de la Independencia o la vandalización de una parada de camión, por más indeseable y bárbaras que sean, no anulan una manifestación que es en sí misma plural, diversa y discontinua? Lo que deberíamos ver en las marchas del viernes pasado es que la agresión a las mujeres en las calles ha llegado a tal nivel que contingentes profundamente disímbolos entre ellos, grupos que en otra situación quizá no se hubieran reunido, salieron juntos a marchar contra la inseguridad y la estupidez (quizá perversidad) de las instituciones de justicia que siguen procesando de manera aberrante las agresiones a mujeres. Lo que deberíamos estar discutiendo es el castigo al funcionario que filtró el nombre de la menor de edad presuntamente violada por policías y la suspensión del servicio público de quien ideó y filtró los videos que ponen en duda la versión de la joven para salvarle la cara al fiscal y a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Son ellos los que están violentando el Estado de Derecho; son ellos los que están manchando y destruyendo no un monumento, sino una institución.¿Qué es lo que molesta tanto, que las mujeres no se comporten como el estereotipo socialmente construido o que las manifestaciones pongan en tela de juicio a un gobierno que se dice liberal, de izquierda y presidido por una mujer? Hay un poco de las dos cosas en los apresurados juicios que se vertieron a lo largo del fin de semana en redes sociales y medios de comunicación, pero la agresión más importante, el golpe a un periodista de una cadena de televisión, la realizó otro hombre. Separemos el grano de la paja. Hay que condenar las violencias, todas, pero no perdamos de vista que lo que estamos discutiendo hoy no son las formas de protesta, siempre controvertidas y controversiales, desde cerrar calles hasta realizar pintas y vandalizar comercios, sino el derecho de las mujeres a no ser molestadas, mucho menos agredidas o violentadas, cuando salen a la calle.Lo que yo vi el viernes fue a miles de mujeres en todo el país levantando la voz, diciendo basta, exigiendo respeto de todos, pero principalmente de las autoridades; vi un montón de puños rosas que me llenan de esperanza de que algún día este país será mejor.(diego.petersen@informador.com.mx)