Esa manía de los candidatos por prometer a los electores cuanto se les ocurre, con tal de ganarse el voto, es un vicio que viene de mucho tiempo atrás. Irene Vallejo nos cuenta en su libro “Alguien habló de nosotros” que cuando Cicerón aspiraba al consulado, su hermano más joven, conocedor de los entresijos del poder, le escribió un breviario electoral instruyéndole con insólita franqueza. Le dice: “si aspiras a la cima de la política, debes dedicar igual energía a ganarte las simpatías de personas relevantes y a conquistar la voluntad popular. Te conviene organizar muchos actos, con brillo y con gasto. Acude a todas partes con rostro accesible y no seas retraído, porque la gente ama la abundancia de promesas. Si te comprometes, el riesgo es limitado y sin plazos. Si te niegas, el perjuicio es inmediato. Además, a veces se logran cosas impensadas, y las que crees controlar no se logran”.Desde siempre se ha sabido que el pueblo se encanta con la abundancia de promesas, simplemente porque es un futuro deseable y con la magia de la fantasía y las ilusiones. Es la elemental psicología que han utilizado, desde siempre, los demagogos al inventar utopías y modelos de vida que no son viables a ejecutarse; pero si incitan a que las personas ingenuas se lo crean de una manera fácil. Simplemente porque el vulgo no piensa las cosas, solo se las cree sin reflexionar, “oye cosas que le gustan”, les hablan bonito al oído y se va con el encanto de lo que les suena grandioso.El candidato, una vez que tiene la silla del poder, ya no necesita aclarar si va o no a cumplir sus promesas, porque eso ya no es lo importante, sino administrar lo que toca. Ganan los compromisos inmediatos, ya lo que se dijo que se iba a hacer, queda en el pasado y cumplió con su misión.Saber prometer, sin que suene demasiado fantasioso, es un arte en el discurso político y un estilo personal para convencer de que lo que se dice sí suena a que se pueda llegar a cumplir.Así que no hay mucho para dónde hacerse, el pueblo seguirá creyendo la sarta de mentiras y las promesas incumplibles, a pesar de que se tenga una cierta educación. El único verdadero remedio es que todas las promesas de campaña se anoten y se cumplan rigurosamente; de no ser así, se les aplique el castigo del despido de su cargo por no cumplir.Para qué prometer si no tiene consecuencias y si empobrece.