Son los actuales, por una parte, tiempos difíciles para la música; quizá una de las manifestaciones más evidentes y más dolorosas de esa realidad sea la presencia frecuente de un grupo de mariachi -hombres y mujeres- bajo el Puente Matute Remus, desempleados por las restricciones impuestas por la pandemia de COVID-19 a los restaurantes en que de ordinario se ganaban la vida, solicitando “una cooperación económica” a los automovilistas que se detienen unos momentos en el semáforo. Pero también son, por otra parte, para los melómanos, tiempos propicios para buscar opciones.Las plataformas digitales -gratuitas muchas de ellas- que atesoran grabaciones -algunas de excelente calidad por la solvencia de los intérpretes o el nivel técnico de los registros- de las obras consagradas del repertorio universal, ofrecen asimismo a los “dilettanti” de la música la posibilidad no solo de disfrutar y comparar diferentes versiones de sus obras favoritas, sino de tener acercamientos con autores y composiciones a los que eventualmente menospreciaban…, y -quizá lo más importante- acceder a músicos olvidados o poco conocidos porque solo a rareza se incluyen obras suyas en los programas de las grandes (y aun de las no tan grandes) orquestas.Aludíamos la semana pasada, en este espacio, a propósito de esa realidad, a las sinfonías y conciertos de Martin Joseph Kraus o Carl Ditters von Dittersdorf. Valdría sumar el nombre de otro compositor no solo menospreciado sino, peor aún, vilipendiado: Antonio Salieri.“Amadeus”, la película de culto de Milos Forman (1984) acrecentó, si cabe, la gigantesca fama de Mozart; puesto que la cinta no tenía pretensiones biográficas, Forman utilizó, como elemento de contraste, como mero recurso estilístico, la supuesta rivalidad entre los dos compositores y la igualmente supuesta mediocridad de Salieri.Los biógrafos de Mozart avalan el respeto que Salieri le merecía; tanto que, a su muerte, le encomendó la educación musical de su hijo, algo que Salieri cumplió puntualmente. Nada que ver, pues, con la envidia y la admiración enfermiza que la famosa cinta proyecta. En cuanto a la calidad de la obra de Salieri, por ahí andan algunas versiones de su Requiem, con una magistral orquestación, y de su Concierto para Piano y Orquesta en Do Mayor en que resplandecen la belleza y simplicidad de sus melodías y su dominio del ritmo, la pausa y los silencios, como pruebas de su nada despreciable estatura como músico.