Todo en la vida gravita en torno de esta palabra mágica. El poder atrae tanto a los seres humanos que, aunque parezca una exageración, la historia de la humanidad es la narración de las luchas por alcanzar el nivel de influencia que permita condicionar o determinar la vida de los demás. ¿Será que el poder, esa capacidad de imponerse a los “otros”, eleva los niveles de autoestima o autosatisfacción en un grado comparable con el producido por las drogas? Hay quienes afirman que el poder, como los enervantes, generan adicción. Nunca los he consumido, pero he platicado con adictos y me expresan que los “viajes” les hacen vivir sus fantasías: “te hacen sentir poderoso”, y el poder es eso, un viaje perentorio.El poder seduce, convoca, genera admiración y respeto, disuade, facilita la adquisición de bienes, riquezas y relaciones. ¡Ah! y su abuso puede propiciar temor, miedo, corrupción y, aunque resulte paradójico, también amor. La lucha por el poder, así como su ejercicio, han engendrado grandes pasiones y hechos heroicos; historias de amor y de terror. El poder es concéntrico. Tan solo una ojeada a los más importantes escritores del pasado y del presente nos podrá revelar un hecho cierto: el poder hace diferentes a las personas, las transforma. Podría decirse, sin temor a equivocarse: ¿quieres conocer a alguien? Dale poder. El poder reproduce al poder. El poder es fin y es medio.Existen distintas expresiones del poder, como el económico, militar, cultural y religioso, entre otros, pero hay uno que está por encima de todos y es el poder político, porque entraña la fuerza del Estado y el control de sus instituciones. En la antigüedad, el poder se heredaba de padres a hijos, al rey lo sucedía el príncipe heredero, lo que no evitaba que en las luchas sucesorias hubiese baños de sangre y masacres intrafamiliares. A partir de la Revolución Francesa y hasta nuestros días, el poder se hizo asequible para quienes tenían fortuna, pero no linaje; la burguesía primero y el ciudadano de a pie, después. La democracia ha sido la vía para alcanzarlo y la ambición, el motor que impulsa a quienes aspiran a gobernar, desde los mesiánicos que se sueñan dioses, hasta los que se asumen reyes del barrio. Sin embargo, lo que realmente hace diferentes a los poderosos es el uso que dan a este maravilloso instrumento. No es lo mismo Angela Merkel que Nicolás Maduro.En lo personal, tengo una profunda admiración por quienes ejercen o han ejercido, dentro de los límites que imponen la ética y valores como el patriotismo y la honestidad, el enorme privilegio que es servir a la sociedad. Es obvio que, en los países subdesarrollados como el nuestro, hay una mayor propensión al abuso de esta herramienta fundamental para una vida individual y colectiva más armoniosa. Es un tema cultural. En unos meses, habremos de cumplir con la responsabilidad de elegir a nuestros gobernantes para los próximos seis y tres años. Hagámoslo con seriedad, votemos y empoderemos a quienes merezcan nuestra confianza y luego, pidámosles cuentas.