Cualidad indiscutible del actual mandatario federal es su capacidad para provocar el debate y la polémica, lo mismo por sus dichos que por sus hechos. Recientemente uno de los temas que más se ha comentado fue su discusión con un periodista de afamada revista política, donde el ejecutivo habló de un periodismo que se porta bien y de un periodismo que trata mal al gobierno.El asunto es históricamente bastante complejo, pero podemos tratarlo a partir de un principio: el periodismo es una vocación para el ejercicio crítico del pensamiento sobre el acontecer cotidiano cualquiera sea el espacio donde éste ocurre. Pero también puede convertirse en un ejercicio mercenario que avala o denigra el acontecer cotidiano a tenor de la paga recibida o negada. Muy reconocidos periodistas del pasado cercano acudían a tales o cuales personajes públicos con columnas ya forjadas, para que las leyeran y ellos “decidieran” si esa columna se publicaba o no, era una versión vulgar del chantaje periodístico. Por lo mismo muchos gobiernos en el pasado procedieron a amansar los ánimos de periodistas y aún de empresas dedicadas a la comunicación por medio de regalos, donativos o compra significativa de espacios, era la otra forma del vulgar chantaje.Al margen de este mercado negro del periodismo, existe la posibilidad de que un periodista o una empresa de comunicación no comulguen ni simpaticen con un determinado gobierno, ¿deberán entonces dedicarse a atacarlo sistemáticamente, con o sin razón? Este aferramiento ¿traiciona la vocación del periodismo? Aún entre enemigos y contrarios deberían de existir, como existieron en el pasado, ciertos principios de ética y de honestidad sin los cuales caemos siempre en el primitivismo canibalesco.En todo caso, los comunicadores tienen el deber ético de definir su posición a fin de que los receptores sepan de antemano a lo que se atienen y puedan discernir lo que reciben. El gobierno por su parte debería saber que su actuación debe estar sujeta al escrutinio público, que ese escrutinio es expresión de la más genuina democracia aún si es un escrutinio deficiente, incluso si se trata de un ejercicio periodístico mal intencionado, ya que en una democracia hasta quienes nos parece que “se portan mal”, tienen derecho a pensar y expresarse. Si lo que afirman y dicen daña delictivamente a terceros, es de suponerse que también tendrán la capacidad de asumir las consecuencias.No es función del periodismo avalar los programas de gobierno, tampoco denigrarlos nomás porque sí. Para apoyar a ojos cerrados las acciones del poder ya hay muchas instancias, así los correligionarios a ultranza, y no pocas sectas religiosas que traicionan todos los días su aparente ideal cristiano, vendiéndose a cambio de privilegios y concesiones, aún si para ello deban ser los bufones de las nuevas cortes.El trabajo del periodista es mucho más serio porque su compromiso no es con las estructuras del poder, sino con la sociedad. En este aspecto el periodismo contemporáneo puede llenar el vacío que ha dejado el profetismo religioso, pero para ello debe llenar diversas condiciones, la primera de todas, la honestidad.armando.gon@univa.mx