Lunes, 02 de Diciembre 2024

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Pasajeros con destino a…

Por: Augusto Chacón

Pasajeros con destino a…

Pasajeros con destino a…

En una versión de inicios de la década de los setenta del siglo XX de una canción de los Beatles, Yellow Submarine, hecha por Plaza Sésamo, en español, es recordable que, durante el coro, uno de los títeres grita, en medio del holgorio dentro del sumergible: ¡se hunde el barco!, y otro responde: no es barco, es submarino. Es decir, se trata de eso, de que se hunda. La versión no pudimos encontrarla en Internet, así que la referencia es hija de lo que queda en la memoria, pero no importa: encaja bien en la historia.

En medio del coro electoral, con el brincar y desentonar de los invitados a la fiesta de cierta noción de democracia, atisbamos a través de las claraboyas del metafórico submarino multicolor, el guateque, suficiente para darnos una idea de la calidad de la travesía: la revelación de Marko Cortés, acuerdos vergonzosos PAN-PRI en Coahuila; la grabación en la que Carlos Lomelí, en Jalisco, hace el listado de las posiciones que según él exigió a la coordinadora nacional de la cuarta transformación, para que ella y Morena pudieran seguir gozando de su apoyo; el artículo en el que Sanjuana Martínez delata los enjuagues de la familia de la secretaria de Gobernación, Alcalde, para controlar sindicatos, partes del erario y aportar a la campaña presidencial de la Regeneración Nacional, lo que narra no es increíble; los personajes de MC, Mariana Rodríguez, Samuel García y Jorge Álvarez Máynez, perfectamente calzados con tenis rutilantes pero descalzos de ideas y de sensatez, develando al último como precandidato del partido naranja a la presidencia de la República, como quien anuncia un festival de música en la prepa; los trabajos periodísticos de Latinus y Carlos Loret de Mola poniendo en la vitrina las andanzas político comerciales, o sea, el tráfico de influencias, de los hijos del presidente López Obrador; este último claudicando a honrar su palabra, resolver, o al menos contar la verdad, sobre la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, para proteger al Ejército y al resto de participantes en el crimen.

Esta colección de desfiguros se conjuntó en apenas unos días, y seguramente en los próximos habrá más y más vistosos, por lo que con justeza las ciudadanas, los ciudadanos, podrían intercalar en el coro de ese jolgorio particular que no obstante tiene efectos públicos y está pagado con el dinero de todos: ¡se hunde el barco! Pero nomás para que desde dentro contrapunteen sonando pitos y flautas, arrojando confeti y serpentinas: no es barco, es draga, y se llama política nacional; una parte de ella flota, pero lo central de su hacer es arrastrarse en el subsuelo para remover lodo y cualquier tipo de desechos.

Caracterizar el juego político con sarcasmo tiene la intención de que nos miremos (porque de una forma u otra somos parte de él) desde un ángulo ajeno al que la acumulación de sucesos lleva: la normalización, que nace de expresar acríticamente: las mujeres y los hombres políticos son todos iguales, y los desfiguros que hoy atestiguamos son similares a los que vieron dos generaciones previas, más burdos, quizá, ejecutados con un cinismo más descarado, tal vez, y los hacen personajes mucho menos preparados, puede ser. Entonces aparece el impulso por ser sarcástico, entraña una ración de desquite y apela al remedio infalible, como titulaba una revista uno de sus apartados, la risa: los políticos representados por títeres morados, naranjas, verdes, rojos, amarillos, azules, bailoteando sin concierto, sin gracia y mirados a través de ventanillos que apenas dejan entrever que son insustanciales; ventanillos que también ocultan los alambres que los mueven, las manos que están dentro de ellos y los instruyen: haz el ridículo, que no te preocupen las ilegalidades: más grotesco, mayor distanciamiento con el dueño del escenario en el que se hunde el submarino y que tendría que pedir cuentas: el pueblo, dicho así, con el ánimo de resignificar un vocablo tan banalizado por el presidente, o sea, la dueña de la nación: la gente, toda, que padece las consecuencias del holgorio que se traen y en el que nomás ellos se divierten y ganan. Lo que resulta devastador de su talante y que la risa no puede conjurar es que en su desenfado festivo incurren en abusos de poder, en corrupción y propician que el crimen organizado gane terreno.

Aquí la prudencia sugiere matizar, para no ser injustos: perdón por la generalización, hay políticos que se salvan… aunque, si es así, si existen, su influencia no se nota, por las claraboyas no se percibe que gracias a las excepciones que a lo mejor hay, la juerga de sus congéneres vaya a cambiar de forma, menos de fondo.

¿Podremos conseguir que la embarcación eche el ancla en algún puerto, y repararla y actualizarla? Para cambiar la tripulación, del capitán a los grumetes y, de paso, también las cartas de navegación. Porque el sarcasmo y la ironía son inagotables, pero puede suceder que, dado el cinismo, dada la desvergüenza, terminen por venirles bien, y acabarán por sugerir -de manera implícita con sus actitudes- algo como: déjalo (al pueblo) que se entretenga haciendo escarnio de nosotros, al cabo qué. Y si alguien espera que las elecciones por venir obren el milagro entero, que se una al estribillo: no es barco, es submarino.

agustino20@gmail.com

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