Viernes, 28 de Junio 2024

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Nuria

Por: Argelia García F.

Nuria

Nuria

No soy una aficionada regular del deporte. No sigo ninguna liga de fútbol ni me interesa en particular algún equipo de básquetbol. Cuando de adolescente iba al estadio por costumbre colegial, decidí irle a un equipo y parece -según las estadísticas- que le voy al que juega bien pero no gana y eso tampoco, la verdad, me quita el sueño ni el ánimo. Las mejores siestas de mi vida las he tomado gracias a sintonizar el canal de deportes y ponerlo de fondo con volumen bajitito. Crecí por el contrario, en una familia en la que eventos como las Grandes ligas del beisbol son seguidas con religiosidad y las olimpiadas son el evento más importante para ver cada cuatro años. Mi papá conoce de estadísticas, nombres, apodos, aventuras y desventuras de muchísimos atletas en la historia del deporte. Yo no, no es mi tema. Con este pequeño contexto, sería exagerado decir que no sé de los grandes ídolos mundiales y mucho menos que no admiro su tesón pero en realidad una sola atleta, por su cercanía familiar siempre ha llamado realmente mi atención: Nuria Diosdado García. Nuria y yo tenemos una historia personal, crecimos juntas y si bien su hermana era con quien compartía la vida escolar, las familias se vincularon más allá de lo “normal”.

Recuerdo muy bien la infancia de Nuria siempre corriendo; llegar del colegio, saludar al Abi y a la Yaya, cambiarse del uniforme al traje de baño, comer en veinte minutos entre temas médicos y asuntos varios, tomar la clase de piano, lavarse dientes, peinarse y a la alberca con la comida sin digerir, con la tarea por hacer, con los verbos irregulares repasándose en el coche.

Absolutamente acostumbrada a ese ritmo, con algo de claridad familiar, tomando decisiones desde muy joven, es obvio que esté donde esté. Recuerdo entre sueños aquel ofrecimiento de parte de la entonces entrenadora de la selección española Ana Tarrés, de mudar a Nuria a Barcelona para entrenar con la selección junior de aquel país. Tenía todo (incluido el pasaporte español) para desde ese momento convertirse en una estrella del nado sincronizado en España y en el mundo. Cuando se sabe exactamente a dónde se quiere llegar, cerca y lejos son el mismo destino. Nuria sí se fue, pero a la capital del país. Dejó “todo”.

Una vida normal, a su familia, un colegio que la apoyaba, amigos, al novio de juventud y una posible vida en cierto sentido cómoda. Pero también es que desde esa comodidad florece junto con el apoyo incondicional y respeto absoluto de parte de su familia.

Nuria es lo que parece en sus redes, es una mujer familiar, plena, agradecida y querida, con estudios académicos y una carrera deportiva internacional muy sólida. Es una mujer respetada y valorada dentro y fuera de una alberca y detrás de esto, no hay trucos, maquillaje ni medias tintas. Todo amor, toda dedicación, toda pasión, deben ser encarados como ella lo ha hecho: inspirando y no imponiendo. Nuria parece que nunca estará lejos de una alberca, nunca lejos del ojo público porque su manera de vivir alienta a familias enteras a apostar por el sueño de un hijo, de un hermano, de un amigo. Las renuncias que han sido incontables han valido la pena porque la gloria, que dura instantes, no sólo la enmarca una medalla olímpica. La enmarca el propósito de vida, las aspiraciones personales, el trabajo constante y sonante de todos los días. Nuria ha hecho más bien al deporte mexicano que muchas políticas públicas estudiadas y revisadas y pasadas por el Congreso. Nunca perdió el objetivo, nunca se perdió entre grillas, nunca dio la nota política. Trabajo, disciplina, dolor y mucho gozo, esta es la vida, su vida.
Yo no sé mucho de deporte pero sé que la vida de Nuria se parece mucho a la de cientos de artistas que también aspiran a tener el apoyo incondicional de su familia y del Estado para poder ser quienes sueñan ser. La lección que nos deja la carrera de Nuria es esa, la del compromiso absoluto. Gracias a todos los atletas de quienes conocemos poco pero suponemos no ha sido para nada fácil llevar a todo un país sediento de gloria y laurel. Todo ha valido la pena. Felicidades Nuria Lidón, ha sido un placer ser parte aún a la distancia de tu carrera.

A los Diosdado

García Gándara
 

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