Fue la semana en que ya es tradición que mucha gente, rezongona y destanteada, se queja año con año del cambio de horario: una medida que nos recuerda que, a querer o no, hay que funcionar a la par de las otras economías del mundo. No sólo se ahorra energía, sino que también se empatan horarios en aeropuertos, bolsas de valores, etc., en fin: nimiedades globales que al actual gobierno le tienen sin cuidado. Pero los cambios de horario no son novedad.En las efemérides del Calendario de Galván de hace cien años, se lee algo curioso y más bien confuso: “Noviembre 29. Por decreto de esta fecha, desde el 1º de enero de 1922, las horas se contarán de 0 a 24, comenzando a media noche, tiempo medio (?). Se adopta el sistema de husos (dice “usos”) horarios , admitiendo como meridiano tipo el 105º al Oeste de Greenwich, de la Baja California a los estados de Veracruz y Oaxaca, y en el resto del país se considerará el meridicano tipo de 90º al Oeste de Greenwich. Como consecuencia de esta reforma, todos los relojes de la capital habrán de atrasarse veintitrés minutos (!!!) desde el 1º de enero de 1922”. La gente que tenía memoria de tal medida contaba que se hablaba por entonces del “tiempo de Dios” y el “tiempo del gobierno”, con todo el desdén que éste merecía (entonces como ahora) de los ciudadanos.Pero sin duda el recuerdo más vivo y afrentoso en la memoria de la mayoría fue que, en aquel noviembre aciago, el lunes 14, como se lee en el Galván, “en la madrugada de este día estalló una bomba de dinamita en el interior de la Basílica de Guadalupe, bajo el altar donde se encuentra la Santísima Virgen. La máquina infernal sólo destruye una parte del altar y hace volar unos candelabros, un crucifijo y algunas macetas de porcelana, dijando intacto el lienzo y, lo que es más digno de llamar la atención, el vidrio que cubre el ayate sobre el cual se ve la Santísima Virgen, siendo esto un milagro patente por el que debemos darle gracias. El resultado inmediato de este sacrílego atentado fue una manifestación entre religiosa y patriótica, que momentos después se celebra en la Basílica. Este horrible sacrilegio causa profunda sensación en la sociedad” (la cual era muy consciente del indudable patronazgo oficial del hecho).El jueves 17, “la sociedad católica de México hace una imponente y conmovedora manifestación por el atentado… En la catedral se canta un solemne Te Deum… y mientras… más de diez mil personas recorren en manifestación pública las calles principales de la ciudad… El comercio permanece cerrado cinco horas y la ciudad amanece de luto; el aspecto que presenta con millares de puertas y ventanas ostentando cortinajes blancos y sendos lazos de crespón o papel negro era grave e imponente”.Los insultos, majaderías, ofensas y ataques irracionales del gobierno obregonista contra el pueblo mexicano, que empeoraron con su protervo sucesor, desembocarían inevitablemente en una escalada de hostilidades y luego en una sangrienta y larga guerra civil.Que tome nota quien deba.