Martes, 26 de Noviembre 2024

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Mis principales maestros

Por: José M. Murià

Mis principales maestros

Mis principales maestros

A lo largo de la vida y, más aun, cuando ésta ya es bastante larga, es normal ir acumulando un rol de personas a quienes les agradecemos sus enseñanzas. Los hay en muchas partes pues “vivir es un constante aprender”, aunque también es cierto que con frecuencia se aprende a la buena o a la mala sin que a nadie le importe si lo hacemos o no. Pero un día como hoy pensamos más bien en el aprendizaje formal de los salones, donde casi siempre hay algún mentor que destaque por encima de los demás.

Quienes hemos pasado muchos años en las aulas tenemos más de donde escoger, pero en mi caso destacan dos: José Gaos, en El Colegio de México, allá en la capital, donde obtuve el doctorado en historia bajo su sabia y generosa dirección; el otro, Alberto L. de Guevara, asaz valioso, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara.

De este último obtuve, aparte de su generoso tiempo, el respaldo de su biblioteca y una cátedra responsable y muy bien estructurada, dos cosas muy importantes: el respaldo de su laicismo en una sociedad como aquella intolerante y agresiva para quienes no éramos católicos y un concepto de la historia moderno y muy diferente del que dominaba entonces en dicha escuela, de corte decimonónico, resultado de la ignorancia de profesores que, en el mejor de los casos, solo atinaban a acumular datos y más datos o bien argumentos patrióticos, románticos y positivistas.  

La historia analítica, con tendencia a la comprensión y explicación de los fenómenos sociales, fue la gran aportación de don Alberto al mundo académico tapatío, de la que considero que yo fui el más beneficiado por el mayor tiempo que me dedicó.  

De la calidad de Gaos no es necesario hablar. No en vano se le considera la mayor aportación de la cultura española refugiada en México, país al que, según su propio decir, se transterró.  

Se me permitió entrar al doctorado del COLMEX porque les hacía falta al menos un estudiante mexicano, pero una vez adentro, el sanedrín del Departamento de Historia me calificó con falta de preparación para ser doctorando… Mi esfuerzo y el precepto de Gaos de que “al alumno hay que tenderle puentes y no trampas”, aunado a su sabia dirección, me llevaron a doctorarme con bombo y platillo el 10 de junio de 1969, justo cuando fallecía en mis propios brazos y los de un sinodal cómplice con mi tesis: Miguel León-Portilla, a quien le profeso también una cauda de gratitud.

Por lo que se refiere a Ladrón de Guevara, luego trabajé en la Facultad bajo su dirección en el fallido intento de hacer de ella una buena institución, mismo que fracasó gracias a intereses bastardos de quienes luego se adueñaron de la Facultad y de mejores nombramientos, sumergiéndola en un valle de lástima. Ello ocurrió en 1973 y culminó con mi expulsión de la misma, lo cual, por cierto, me abrió las puertas de una verdadera carrera académica.

Ladrón de Guevara murió pocos años después, justo el día y a la hora que cumplí 36 años de edad… 

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