Lunes, 25 de Noviembre 2024

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Los parias de Guadalajara

Por: Jonathan Lomelí

Los parias de Guadalajara

Los parias de Guadalajara

La otra noche llegaba a mi departamento cuando escuché la sirena de una patrulla. Me asomé a la ventana. Frente al edificio dos mujeres señalaban al callejón entre mi edificio y una finca deshabitada al lado. Los policías se internaron en ese rincón oscuro. Entonces escuché un ruido electrizante -como el de un paralizador eléctrico o pistola taser-. Siguió un grito ahogado de dolor y de pronto salió corriendo un indigente, los pantalones a la mitad, tropezando cruzó la calle sin dejar de aullar, y se diluyó en la oscuridad. 

Las mujeres agradecieron el gesto y los policías retomaron su patrullaje. A la mañana siguiente un vecino me contó que un indigente se metió al callejón, lo que asustó a dos vecinas que lo reportaron al 911. No puedo afirmar que los agentes usaron una pistola eléctrica -prohibidas en México-, pero eso escuché y vi. 

Este relato da pie al tema que quiero tratar: el aumento impresionante de indigentes en Guadalajara. En la ciudad, según el último dato del DIF tapatío, gravitan alrededor de 600 personas en situación de calle sólo en el centro y las colonias vecinas como la Americana. En todo el municipio habría el doble. Es difícil establecer un censo por la alta movilidad de esta población, pero el dato lo obtuve vía transparencia. 

Pablo Lemus, que en campaña prometió resolver el problema igual que todos los alcaldes que le precedieron, declaró este año que habían aumentado tras la pandemia casi al doble al pasar de 800 a mil 400. Dato verosímil, pero últimamente dudo de las declaraciones del alcalde cada día menos riguroso en sus aseveraciones -conforme se acerque el 2024 empeorará-. Por eso me quedo con la cifra del DIF.  

Llamarlos personas en situación de calle me parece un eufemismo. La RAE define paria como “persona excluida de las ventajas de que gozan las demás, e incluso de su trato, por ser considerada inferior”. Eso son realmente: parias, desarrapados, lumpens que reflejan y encarnan lo más extremo de la pobreza urbana. 

La indigencia o mendicidad ha existido siempre. Hace unos años se calculaba que en Nueva York hay alrededor de 60 mil “homeless”. 

En el siglo primero A.C., mientras Cayo Julio César expandía el esplendor del Imperio Romano a otros territorios, Roma, la primera gran ciudad multicultural, estaba llena de mendigos e indigentes. Imploraban la caridad pública como esa otra cara de la moneda que nadie quiere reconocer.  

Podemos justificar la mendicidad como una condición ineludible de cualquier gran urbe. Sin embargo, creo que en nuestra época es más onerosa. Pese a la evolución del estado de bienestar, los saltos tecnológicos, los avances de la medicina y la comprensión de la salud mental, Guadalajara ha fracasado en paliar este problema que se agravó tras la pandemia. 

La ciudad destina millones de pesos, recursos materiales y humanos, pero el problema continúa. Desde hace años he escuchado la misma justificación: los indigentes rechazan la reinserción en la sociedad pese a las alternativas que les presentan. 

El siglo pasado prevaleció la justificación psiquiátrica del problema, pero hay casos en los que el delirio y la psicosis desaparecen simplemente con comer adecuadamente y una cama digna. 

¿Por qué no podemos acabar con la mendicidad? Creo que en el fondo seguimos aplicando una lógica policial y no terapéutica. Mientras su estado catatónico no ensucie, mientras su hedor se mantenga lejos y su caridad implorada no aturda, su presencia es tolerable entre las sombras.

jonathan.lomelí@informador.com.mx
 

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