Durante este breve pero muy aprovechado periodo vacacional, en alguna plática conocí a una joven que tiene un ímpetu particular en la vida. No es sólo su espíritu lo que me enganchó, sino también sus intenciones ante la vida. Paradójicamente, con muy poca claridad sobre el porvenir de las pequeñas decisiones que va tomando, encuentro en ellas una especie de preparación de un montaje. El montaje es, casi nada, su propia vida. Mi nueva amiga Julia tiene hermosos 19 años y recientemente dejó una carrera seria, medicina. Pero lo que deja detrás es la elección que parecía encumbrarla y legitimarla ante su familia entera, en el deseo secreto de todas nuestras familias mexicanas: tener un doctor en casa. Más allá del enorme entusiasmo de esta muy joven mujer, encuentro en ella como estandarte de su generación el vislumbre oculto de poder que da el acceso a todo. El todo significa lo siguiente: una gran carrera, independencia económica, autonomía afectiva y el proyecto de una familia que, al tiempo, ha de construir. Yo ciertamente recuerdo de manera muy vívida que apenas ayer también yo lo quería todo. Así que dentro de lo que veo como un gesto natural de su generación, pienso también que todos a esa edad nos pensamos dueños, señores y futuros conquistadores de este mundo.Pero lo que sí encuentro como novedoso en esta particular chica es la capacidad que tiene de abrazar y tolerar sus propios errores como parte del proceso. No sé en qué punto del proceso entendí que no solo el error es parte del camino, sino que el error vivifica el camino. Contraria a su generación, no desespera, no se aburre y no se frustra fácilmente al querer planear su futuro. Criar un hijo o comenzar cualquier proyecto con este precepto bien entendido e interiorizado podría cambiar la manera de encontrarnos con el desarrollo y con el final del mismo. Creer que el error no sólo no nos evita el aterrizaje seguro en la enorme pista de la vida, sino que nos abre incontables perspectivas de distintas pistas que bien serán posibles opciones del lugar seguro al que deseamos llegar.Al final, me parece muy importante saberse amigo del error y saberse en sintonía con el ajuste del mismo. Saber que de poco sirve humanamente adornar y ponerle flores al final del proceso a las omisiones y equivocaciones. Es mejor, como me enseñó Julia, que en el saco de materiales que necesitaremos para construir una obra, los errores deberían ser contemplados de manera intuitiva y natural sin ningún atisbo de ansiedad o nerviosismo, como parte de los mismos. Caer y levantarse, como si se tratase de un deporte en el que uno ha interiorizado felizmente la práctica, es lo que esta pícara, juguetona y nueva amiga me ha enseñado estos días de descanso. Tremenda lección.