No me queda claro si lo tienen claro; no sé si el espectáculo que estamos viendo en torno a las Villas Panamericanas sea una forma de hacer que las cosas pasen, de generar discusión política para luego buscar un acuerdo o simple y sencillamente estamos ante un gobierno en el que cada uno va a lo suyo, como un equipo de futbol donde no se hablan y se meten autogoles en medio de la confusión.Hay quien sostiene que el enfrentamiento entre el alcalde de Zapopan, Pablo Lemus, y el Gobierno del Estado, que encabeza Enrique Alfaro, es actuado, que el presidente municipal estaba dispuesto a perder, pero pidió defenderse mediáticamente para que el público del pancracio aplaudiera el esfuerzo del derrotado, que la gente gritara “arriba los técnicos”, aunque ganaran los rudos. Si es así van que vuelan para el Óscar, pero todo parece indicar que no, que más bien se trata de un distanciamiento real y una incomunicación cada día mayor.Uno pensaría que a todos los involucrados les conviene resolver el futuro de las Villas, pero el cómo se resuelva no solo fortalece políticamente a quien lo haga, sino que define quién y de qué manera se gestiona el territorio. Dejando por un momento de lado los argumentos y las declaraciones, si Lemus permite que otro poder, así sea el Gobierno del Estado, tome decisiones por la vía jurídica en Zapopan, su capacidad de gestión queda terriblemente disminuida. No se trata, pues, solo del futuro del complejo impugnado en el Bajío, sino de la gestión territorial del municipio.La única virtud que puede traer este enfrentamiento es que obligue a todos a bajar sus cartas. En la medida en que pasan los días, los gritos y los sombrerazos, vamos sabiendo en qué posición está cada uno de los actores en este conflicto y qué tan reales son los problemas. Sin embrago, lo peor que nos puede pasar, ya no a los políticos sino a los ciudadanos es que, una vez más, sean los tribunales quienes decidan el futuro de la ciudad, que los conflictos por el uso de suelo, que estarán siempre presentes en una urbe que crece, no se resuelvan por una visión de futuro más o menos compartida, por una idea de ciudad, sino por suspensiones, amparos, afirmativas fictas y demás mecanismos jurídicos que si bien son absolutamente válidos también son terriblemente nocivos, pues no contemplan todos los elementos necesarios para una adecuada gestión territorial.La batalla por las villas es, pues, algo más que una discusión entre políticos y unos cuantos vividores, es en gran medida una batalla por el futuro de la ciudad. (diego.petersen@informador.com.mx)