Las mujeres de México tienen heridas y miedo. Tienen además la razón. En este país pobre, son más pobres. En este país desigual, se les paga peor y se les dan menos oportunidades. En este país violento, a ellas incluso se les mata solo por, o sobre todo por, ser mujeres. En este país sin justicia, se les quiere pedir paciencia y buenos modales. Y están hartas.Como hombres, quizá lo que tocaría en esta hora es decir poco o nada. Callar, escuchar y observar. Ver sus marchas, tomar nota de sus demandas, poner atención a sus voces; tratar de entender desde el único lugar en que hemos estado siempre: desde el privilegio.En general, los hombres no fuimos educados para respetar o ver como iguales a las mujeres. Desde muy temprana hora había que hacer todo para descollar entre machos so pena de parecer hembras. Todo incluso “conquistarlas”. Y ya se sabe que el que somete quiere mandar. Y como hombres no sabemos lo que es salir todos los días con miedo a la calle, a sabiendas de que vivirás expuesta a que te agredan, violen o maten.Es seguro que las mujeres no necesitarán de los hombres para modificar taras sociales que han durado demasiado tiempo. #VaaCaer no es una amenaza, es un augurio de quienes se saben liberadas.La cuestión es cuántos actuarán rápido frente a lo ocurrido la semana pasada en la capital. ¿En cuántas universidades, empresas, oficinas, bares, hospitales, cuerpos policiacos, medios de comunicación, fábricas, iglesias, construcciones, gobiernos y familias se convocará a una reunión, a una revisión, a una reflexión?En instancias donde los puestos de dirección y gerencia son ocupados groseramente por hombres, cuántos nos preguntaremos en los siguientes días qué nos toca hacer para no contribuir, consciente o inconscientemente, a perpetuar condiciones --grotescas y no tan obvias-- que fraguan estereotipos machistas en todos los espacios de la convivencia social, estereotipos que entre otras cosas alimentan la indolencia y la impunidad cuando ellas son víctimas: ellas siempre se lo buscan, ellas siempre son las que provocan, y ellas siempre exageran en las violencias que denuncian.Porque el hartazgo expresado la semana pasada no es por un caso de violación. Es por miles de violaciones, por miles de asesinatos, por las múltiples formas de violencia que ni siquiera hemos reflexionado a fondo (económica, patrimonial, sicológica, emocional…) y por una constante: porque las están violando y matando mientras la sociedad, estructurada desde y para los hombres, no se conmueve y menos se mueve para castigar esos crímenes, para prevenir otros similares, para cambiar los patrones que alimentan estas formas extremas de violencia.Las marchas de la semana pasada en Ciudad de México, al igual que las protestas hace unos meses en Jalisco, y movimientos como #MiPrimerAcoso, el #MeToo y el #SiMeMatan, evidencian que las acciones de las mujeres para que cambien las condiciones que las discriminan y criminalizan crecerán en fuerza.Se ha roto la contención de la agenda feminista. Esta lucha, que lleva mucho más que un par de años, toca la puerta de políticos y si estos no dejan de lado sus paranoias habituales, si no comprenden que están frente a un movimiento inédito, donde las jóvenes rebasan los discursos de las decanas del feminismo, si no se abren a tratar de canalizar el ímpetu, serán desbordados.Y lo mismo se puede señalar en torno a los gremios patronales y a los medios de comunicación.Los masculinos lentes desde los que se veía la realidad ya no sirven. La agenda o las incluye a ellas o la ponen ellas: igualdad de oportunidades escolares, de desempeño profesional y en salario; que la calle y el centro laboral estén libres de acoso; que las familias se liberen de golpeadores y violadores (la mayoría del abuso ocurre por un familiar), que la justicia llegue pronto para violadas y asesinadas que nunca debieron ser víctimas.Las paredes rayadas del Ángel son un mensaje para todas. Y entre todas van a construir un país donde puedan vivir sin miedo. A los demás nos toca corregir y reaprender rápido de lo que por décadas hemos hecho tan mal.