Bien se dice que el límite de la libertad es el derecho de los demás, a lo que los mexicanos podemos agregar aquello de que el “respeto al derecho ajeno es la paz”.También me viene a la mente lo que se dice de ver la paja en el ojo ajeno y no darse cuenta de la viga en el propio. Habría más, pero son suficientes puntos de partida para referirme al horripilante edificio que se ha erigido ya en una cabecera de manzana de la llamada Colonia Providencia Norte. Si el gentil lector quiere corroborarlo se le sugiere respetuosamente que se dé una vuelta por ahí. Es imposible que no pueda darse cuenta de lo que es capaz la estulticia arquitectónica tapatía.Lo del ojo ajeno tiene que ver con el honrado procedimiento de empezar una obra con un permiso oficial para cuatro pisos y después, mediante caminos subrepticios y embarrando dinero oportunamente, lograr erigir trece. Se trata de funcionarios corruptos, es cierto, pero también lo es que “tanto peca el que mata la vaca como el que le sostiene la pata”.En este caso el sobornante queda como un hábil empresario y va por la vida con la conciencia tranquila habiendo legado a esta parte de la ciudad un verdadero adefesio que, además, según el vaticinio de expertos de verdad, creará problemas subterráneos pronto con el agua que entre y la que sale.La clasemediera ciudadanía del barrio trató de evitar el atentado por los medios legales, pero las mordidas llegaron suficientemente alto y fueron tan elevadas como para que su defensa “valiera una pura y dos con sal”. De ello hay testimonios en la sede de la Asociación de Colonos de dicha colonia que, por cierto, es muy diligente: la consulta que se hizo en el vecindario se manifestó casi unánimemente en contra.Al enorme tamaño y el amontonamiento de gente que va a provocar, debe agregarse su enorme fealdad que lo hace sobresalir exageradamente entre otros edificios erigidos en parajes cercanos. Asimismo, cabe recordar que ninguno de ellos tuvo, como éste, un percance que pone en tela de juicio la calidad tanto de la construcción como del constructor. El daño ya parece inevitable, con el argumento de que se ha invertido ya mucho dinero en lo que será un pingüe negocio. Los socios se van a llenar los bolsillos y se van a felicitar por el éxito de la operación, pero tal vez ellos mismos y sus descendientes enfrenten el cariñoso recuerdo de una ciudadanía en la que permanezca muchos años la remembranza de tamaña ignominia y, a lo mejor, un nuevo gobierno más sensato los obligue a rectificar o a pagar por su culpa.Lo que sí ha llamado la atención es que ningún arquitecto o arquitectete que reside en el rumbo haya dicho “esta boca es mía”. Bien cierto es que entre gitanos no se leen la buenaventura.