Lunes, 02 de Diciembre 2024

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La guerra perdida

Por: Eugenio Ruiz Orozco

La guerra perdida

La guerra perdida

Hace unas semanas, López Obrador inició una guerra que nunca va a ganar. El reportaje de Latinus respecto a su hijo mayor desató una serie de efectos cuyas consecuencias irán más allá de lo imaginable. Lo que parecía un capítulo más en las crispadas relaciones del Presidente con el Sr. Loret de Mola ha desembocado en una confrontación imposible de ganar para AMLO, a pesar de que las diferencias entre ambos son enormes: nuestro gobernante es un personaje colosal.

Por razones de idiosincrasia, los primeros mandatarios, en países como el nuestro, son semidioses, tlatoanis, jefes del ejército, líderes de su partido, guías morales, inteligencias supremas, conductores de la hacienda pública, bueno, hasta son los más bien parecidos. Por si fuera poco, el Presidente dispone, arbitrariamente, de los recursos del gobierno. Su posición le permite transgredir todo y atentar contra todos, y eso fue precisamente lo que hizo: ahí estriba su gran equivocación. Loret es simplemente un comunicador, nada más y nada menos. Es un joven que en su profesión se ha destacado, pero no es el gurú de una secta, un líder social carismático ni un influencer importante: sus capacidades no son equiparables con el poder de la Presidencia de la República.

Andrés Manuel perderá la guerra porque su planteamiento contra la corrupción, que es válido, fue destrozado por la realidad de una familia -la suya- que disfruta de los privilegios del poder. ¿Dónde quedó el “primero los pobres”? En segundo lugar, porque haciendo uso de su cargo, al ordenar la investigación de los ingresos de un periodista, transgrede sus facultades constitucionales, poniendo en riesgo la seguridad de Loret y de quienes ejercen esta noble profesión, también envía un claro mensaje a todos los mexicanos: que mañana pueden ser investigados, a petición del Primer Mandatario de la Nación, sólo por el hecho de no ser afines a sus ideas. El hombre que juró cumplir con la Constitución quebranta el orden constitucional, violando, flagrantemente, las garantías individuales.

En tercer lugar, porque al atacar a un miembro de los medios de comunicación le da rostro a la oposición. No es lo mismo señalar a los conservadores, a las clases medias y a los ricos, que apuntar sus dardos sobre un gremio que, además, ha sido protagonista de las luchas por la libertad y los derechos humanos. En cuarto lugar, es imposible que gane la guerra porque su confrontación es con un joven y, ¿saben qué? los jóvenes no olvidan, son rencorosos y disponen del tiempo para esperar la revancha. Consejo: nunca se peleen con un joven. Y quinto, porque no le asiste ninguna razón política, ética o moral.

López Obrador, como muchos políticos, piensa que el poder es eterno y que se le entregó a perpetuidad. Se equivoca. Su testamento político vale menos que el papel en el que está escrito. Qué pena que el hombre al que la mayoría de los electores otorgó la confianza para corregir los errores y desviaciones de los gobiernos anteriores, no esté a la altura de la historia.

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