Grandes misterios de la historia, del Universo o del fondo del Chapala, una vez expresado que hay un misterio no importa que deje de serlo, vale más como tal, lo que permanece intocado es ese gusto tan de nuestra especie: sin misterios la vida pierde un tanto de emoción, saberlo todo, explicarlo todo es, digamos, anticlimático. Es parte del atractivo de la ciencia: cuando llega a un punto en el que parece haber dado con las respuestas, resulta que lo que alcanzó en realidad es una ventana nueva para asomarse a un espectro más amplio de dudas, de misterios.No incurriremos en la vulgaridad de elevar a la calidad de misterios la crisis de inseguridad que atravesamos, tampoco la muy silvestre carrera electoral en la que la clase política y los medios de comunicación están empeñados. El que no cese la violencia, o que al menos los responsables no la inhiben con contundencia, no es parte de un misterio del tipo que por este rato nos interesa, a menos que la connivencia entre el poder público y los criminales, que la corrupción y la indolencia a estas alturas del siglo XXI nos parezcan misteriosas; o como si el afán central de los políticos, mujeres y hombres, por alzarse con el poder para su individual beneficio nos pareciera otro enigma inextricable.Si embargo, desde la ladera de la conducción política del Estado hay un misterio que por estos días ronda, lo hace cíclicamente, el imaginario de una porción de la sociedad: el contenido de los libros de texto gratuitos que, tal como hicieron los de antes, sólo que ahora con menos reserva intelectual y ética, el régimen de Andrés Manuel López Obrador tiene listos para marcar, según él con sus secuaces, el territorio ideológico de los mexicanos aún en formación, asidos a aquella conseja sugerente pero superficial: la historia la escriben los vencedores. Si nos distanciamos de la estridencia de la coyuntura que acarrea cada sexenio, lo primero que corresponde poner ante el abismo es la noción que el lopezobradorismo esparce: la de que ganar una elección lo hizo vencedor hasta la eternidad, aunque incluso los opositores de pronto dejen la impresión de que así es, de que estamos ante un viraje de proporciones históricas. Incapaz de gobernar atenido a las expectativas que generó, López Obrador cada día tiene menos empacho en recurrir a la caja de herramientas de sus antecesores, comprendidos varios virreyes de la Nueva España, por ejemplo: afanarse en que la realidad de sus discursos es la realidad vivida por los que él considera súbitos, pero como en el fondo sabe que es una ilusión, se fuga a otra querencia de quienes lo precedieron: dejar una versión propia de la historia, y de las ciencias naturales, de las matemáticas y del civismo, impresas a su imagen y semejanza, es decir: mínimas para los efectos que a la sociedad convienen.Así pues, no existe misterio en la intención detrás de los libros de texto gratuitos, en cambio hay un poco respecto a los volúmenes mismos: salvo que sus perpetradores los conocen, no son del dominio público, aunque los especialistas que los han revisado ya han elevado la voz de alarma. A Jalisco llegaron hace unas semanas, están en bodegas, sin poder repartirse por los amparos interpuestos, dado que, para variar, el gobierno federal los pergeñó en contra de lo que dicta la ley. Tampoco es un misterio que quienes se oponen al presidente ven en cada una de sus muecas un signo de su afán por perpetuarse, no lo es porque ha sido anhelo de todo presidente: ser reconocido como quien en verdad fundó México, asimismo ha sido acto reflejo entre muchos alertar sobre el dictador en potencia que cada seis años se ciñe la banda presidencial.Lo que se mantiene como misterio, ya secular, es que concedamos a los libros de texto, esgrimidos por las y los profesores de nuestro sistema educativo (público y privado), el poder de crear zombis irremediables. ¿Por qué nos producen escalofríos si en general no somos un país de lectores? Es más intensiva entre los jóvenes la lectura de la pantalla del celular que de un libro, menos de uno de los que reparte el gobierno. Además, ¿por qué nos espantan si la educación escolar es una fracción de la formación? No es un misterio que una cosa es el grupúsculo al que generosamente se le pagó por elaborar con tantas limitaciones el contenido de los libros de texto, y muy otra son más de un millón de maestros que también tienen su narración de la historia, de las matemáticas, de la comunidad a la que sirven y del cotidiano fenómeno de “estar frente a grupo”. Por qué concedemos más peso a la inducción que la “perversa” Secretaría de Educación Pública intenta en las escuelas, que a lo que el medio social y cultural de hecho propicia, para bien y para mal.Estamos ante fenómeno curioso: urgidos de que las y los jóvenes participen en el desenvolvimiento político de la nación, al menos en las elecciones, el clamor se endereza hacia la educación superior y media superior; tal como ahora esperamos los libros de texto, amenazante asteroide que está por estrellarse en el planeta de nuestra inmaculada consciencia, como si su impacto fuera a modificar negativamente el equilibrio virtuoso que hemos construido entre la familia (o grupo equivalente) la educación, las creencias, la sociedad y las experiencias cotidianas. Lo que nos arroja ante un misterio sí digno de profetas y sibilas: ¿de qué se platica en los corrillos familiares, de amigos, para que la responsabilidad entera de la calidad del civismo que ponemos en práctica, desde luego en la política, lo endilguemos entero a terceros?agustino20@gmail.com