Viernes, 15 de Noviembre 2024

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La dicha inicua de perder el tiempo

Por: Martín Casillas de Alba

La dicha inicua de perder el tiempo

La dicha inicua de perder el tiempo

A propósito de ese andar solitario entre la gente, resulta que desde hace tiempo salgo a caminar que es como hacer algo y no hacer nada, es decir, soltamos el cuerpo y dejamos de trabajar un rato para que fluyan esas ideas que no sabemos de dónde vienen, con las que nos divertimos imaginando qué hubiera pasado si tal o cual cosa, componiendo el mundo y nuestra historia, aunque sólo sea en imaginaria.

Desde hace treinta años que vivimos en Tlalpan Centro y hace unos cuantos acostumbro salir con Luna, la perrita que hemos adoptado para pasearla por el barrio y que haga sus necesidades (bolsa en mano para recoger sus heces), excepto una salida que hago más larga y que resulta demasiado pesada para ella, pues camino más o menos una hora desde que tomo hacia el Norte por la calle de Congreso, para pasar al lado de la cantina La Jalisciense, que está frente a la Plaza y seguir hasta cruzar San Fernando y otra avenida más, para detenerme en la placita donde está el busto de Renato Leduc, poeta tlalpanense que se quitó la vida el 4 de agosto de 1986 en éste que era su barrio. La segunda avenida que cruzo, va de San Fernando hasta el Viaducto Tlalpan, se llamaba “Ferrocarril”, ahora es “Renato Leduc”.

El poeta era parroquiano de La Jalisciense, no de San Agustín de las Cuevas, bueno, como les decía, me detengo en esa placita, tomo un poco de aire y aprovecho para declamar el Soneto que me ha permitido tomar conciencia del tiempo y que, seguramente, lo conocen:

Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo.

Aquel amor a quien amé a destiempo
martirizóme tanto y tanto tiempo
que no sentí jamás correr el tiempo
tan acremente como en ese tiempo.

Amar queriendo como en otro tiempo
-ignoraba yo aún que el tiempo es oro-
cuánto tiempo perdí ¡ay! cuánto tiempo.

Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
amor de aquellos tiempos, cómo añoro
la dicha inicua de perder el tiempo.

Entonces divago con lo que dice ese Soneto publicado en Versos y poemas en 1940, un año antes que se fuera a París y antes de estar en la Embajada de México en Lisboa donde conoció a Leonora Carrington, la artista inglesa que era la pareja de Max Aub, perseguido y enviado a varios campos de concentración, hasta que escapó del último en Argelia para emigrar a México. 

Abandonada, Leonora se deprime y la encierran en una clínica. Cuando en 1941 hace una escala en Lisboa, se escapa de su vigilante para asilarse en la Embajada de México donde conoce al poeta Leduc, quien le propone casarse para huir de las garras de su padre viajando primero a Nueva York y luego, en 1942, a México donde se estableció.

Pudo haber sido un matrimonio de conveniencia, pues en 1945 se divorciaron una vez cumplida la misión. Al año siguiente, Leonora se casó con Emérico Weisz con quien tuvo dos hijos y, en 1948, el poeta se casó con Amalia Romero Elizalde de 23 años, con quien tuvo a Patricia, su hija única.

Cada vez que declamo el Soneto resulta que se me olvida el segundo verso… “Aquel amor al que amé a destiempo / martirizóme tanto y tanto tiempo…”, olvido que seguramente se debe al inconsciente que nunca falla negándome a recordar aquellos amores a destiempo que me martirizaron, como dice el poeta en el Soneto que compuso jugando con “el tiempo”, apostando que bien podía hacerlo rimar.

Ese poema me ha servido para resaltar la importancia de hacer las cosas a tiempo, amar, por ejemplo y, de pasada, eso sí, volver a acordarme de mi adolescencia en Guadalajara cuando disfrutaba con mis amigos “la dicha inicua de perder el tiempo.”

malba99@yahoo.com

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