Son los primeros años del cine, las películas son mudas, la mayoría dura unos 10 minutos, las más ambiciosas son relatos semanales conocidos como seriales; en ellos se relatan las aventuras de bellas mujeres y sus enamorados; Lillian Gish, Mary Pickford son las primeras diosas norteamericanas y encontraron en los “Nickel Odeon “ (las primitivas salas) a la popular iglesia de una religión pagana. Eso fue el nutriente de una religión cruel.Judy Garland tiene 17 años cuando es seleccionada para formar parte de un rodaje mítico y problemático: “El mago de Oz” (1939), que devora a cuatro directores, es una de las grandes apuestas de la MGM: es una película a color en un periodo en el que se filma en blanco y negro, es la respuesta a la “Blanca Nieves” de Disney. El rodaje es tan complicado (incluye una lesión a Toto, la mascota) que Judy se vuelve adicta a estimulantes y tranquilizadores, su belleza “ordinaria”, su voz y las pastillas son los elementos de donde surge Dorothy, la adolescente extraviada. Treinta años y cuatro matrimonios después, Judy es una paria en Hollywood: en 1964 una gira por Australia termina abruptamente cuando llega una hora tarde y alcoholizada a dar un concierto en Melbourne; al regresar a EUA descubre que tiene una deuda de cientos de miles de dólares con la Hacienda norteamericana, malbarata su casa y en 1967 es contratada y despedida del rodaje de “Valle de muñecas”, una de las películas más taquilleras de 1969. Cuando llega al londinense Talk of the town es una mujer que ha perdido todo. Es este el momento que Renée Zellweger captura en su soberbia y premiada interpretación.“Judy”, dirigida por Rupert Goold, adapta una obra teatral que fusiona al musical de Broadway con el relato de los últimos esfuerzos de una estrella en decadencia, una mujer atrapada por sus demonios, sus adicciones. “Judy” es una espectacular puesta en escena de una historia que el cine norteamericano recrea con cierta frecuencia: la biografía de sus principales iconos, son crónicas sobre las dimensiones del éxito y su contraparte: el fracaso. Impresiona que en esta edición de los Oscar, tanto Joaquin Phoenix (“Joker”) como Renée Zellweger encarnen a dos criaturas tan frágiles, cuyas identidades se ocultan a través de una máscara, que de alguna manera los atrapa y condena. La máscara es el símbolo de un entorno violento y destructivo. Saldos de una pesadilla llamada fama.