El nombramiento del senador de Florida Marco Rubio como próximo secretario de Estado en la segunda Administración Trump, no es una buena noticia para México. Rubio tuvo una pésima relación con el ex presidente Andrés Manuel López Obrador, prolífica en insultos recíprocos por su complacencia con el narcotráfico, lo clasificó entre los países latinoamericanos que no eran aliados de Estados Unidos, sino adversarios. Lo que fue, sigue siendo ahora. Los principios de la nueva política exterior mexicana que instauró López Obrador se mantienen intactos y el segundo piso del proyecto obradorista que propuso la Presidenta Claudia Sheinbaum corre sobre los mismos intereses.El pensamiento de Rubio es conocido por sus intervenciones en el Senado, donde aún es el republicano más importante en los comités de Relaciones Exteriores, que supervisa la política exterior de Estados Unidos, el Subcomité para Asuntos del Hemisferio Occidental, que ve la política hacia América Latina, y en el Comité Selecto de Inteligencia -donde es el presidente interino-, que es el que recibe información confidencial del gobierno sobre análisis de riesgo y operaciones clandestinas en el mundo. Hijo de migrantes cubanos, está en las antípodas de regímenes como Cuba, Nicaragua y Venezuela, por dictatoriales, y no le gustan Brasil, Chile, Colombia y México, que considera ideológicamente cercanos.En un artículo publicado en abril en la influyente revista de pensamiento conservador The National Interest, apuntó que mientras se hablaba mucho de “la ola rosa” con el arribo al poder de gobiernos de izquierda en América Latina -incluido México-, había viajado a la región y se había topado con un grupo de líderes que no estaban impresionados por la moda política en sus vecinos. Hablaba específicamente de Daniel Noboa, Dina Boluarte y Javier Milei, presidentes de Ecuador, Perú y Argentina, con quienes López Obrador se enfrentó a groserías y con cuyos gobiernos mantiene México una relación mínima o inexistente, como en el caso ecuatoriano.Junto a ellos, con Nayib Bukele en El Salvador, Rodrigo Chávez en Costa Rica, Luis Abidaner en República Dominicana, e Irfaan Alí en Guayana -amenazado por el presidente Nicolás Maduro para apoderarse del 30% de su territorio, que tiene enormes reservas petroleras-, Rubio planteó una alianza económica -incluyendo el nearshoring-, acceso a los recursos argentinos de litio -tiene 10% de las reservas del mundo-, las de cobre en Perú -que posee una décima de las que existen-, y los miles de millones de reservas de hidrocarburos en Guyana, que generan una riqueza colectiva de más de un trillón de dólares. En materia de seguridad, Bukele lo ha sorprendido y ve los esfuerzos de Noboa para caminar en la misma dirección de rudeza contra los criminales, que no vio en México.Pero Rubio no fue seleccionado por Trump por su enfoque político hacia América Latina, sino por su posición frente a China, el principal adversario de Estados Unidos, y contra el que demócratas y republicanos están luchando por evitar que les arrebate la hegemonía. China, no obstante, se cruza completamente en la región latinoamericana, donde ha aprovechado la falta de una estrategia para la región de la que ha adolecido por décadas la política exterior estadounidense. De hecho, se podría argumentar que desde el gobierno de James Carter en los 70’s, cuando forzó el final de la era de la Doctrina de Seguridad Nacional que fortalecía a las dictaduras latinoamericanas que habían jugado un papel central en la Guerra Fría, no ha existido una política consistente de Washington en la región.China aprovechó los vacíos mientras se construía como una potencia económica, y en lo que va del siglo pasó de no tener inversiones en la región, a ser el principal país en inversión extranjera directa de Panamá hasta la Patagonia. La última, la semana pasada. Boluarte y el presidente chino, Xi Jingpin, que estuvo en Lima para la reunión de la APEC, inauguraron un megapuerto en Chancay que generará ingresos anuales de 4 mil 500 millones de dólares anuales, más de 8 mil puestos de trabajo, y reducirá los costos logísticos de la ruta entre los dos países en un 20 por ciento.La presencia china en América Latina es la principal preocupación de Estados Unidos en la región. Aunque Rubio no está de acuerdo con los regímenes dictatoriales o iliberales en el Hemisferio, el énfasis de Trump no está en la lucha ideológica, sino en la económica, donde el eje de izquierda latinoamericano no es confrontado por el tipo de gobierno que tienen, sino por los nexos que establecen con China. En este contexto, México entra claramente en las preocupaciones de Washington.Desde septiembre el presidente Joe Biden impuso un 100% de aranceles a los automóviles chinos, lo que provocó un problema potencial para las exportaciones mexicanas por las acusaciones de que los chinos están utilizando la puerta trasera de México para meterse al mercado estadounidense. Rubio lo advirtió desde su artículo en abril, señalando que los chinos quieren mover sus armadoras a México para “explotar” el acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá. No hay armadoras chinas aún en México, pero desde la pandemia llegaron más de 20 marcas chinas con autos de todos precios, pero más bajos que sus competidores. Y en los últimos días, los canadienses comenzaron a hacer el trabajo sucio a Washington y pedir la exclusión de México del acuerdo comercial si no deja de servir a los intereses económicos chinos.No será hasta las audiencias de confirmación de Rubio en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, cuando veremos sus prioridades y objetivos, pero México, hay que asumirlo plenamente, estará en la lista. Y aquí, tenemos un problema. Su contraparte, el canciller Juan Ramón de la Fuente, es inexperto en política exterior, y el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, aparentemente tiene un conflicto de interés por sus relaciones con los chinos. La presidenta Sheinbaum no tiene un equipo sólido y experimentado para este nuevo juego que está planteando Trump, con operadores sazonados y una agenda muy clara en mente, que acentuarán la asimetría entre los dos gobiernos cuando empiecen las negociaciones con el gobierno entrante.