Vivimos en una era donde los más grandes artistas ya no son reconocidos sólo por el público y sus aplausos sino por los temidos argumentos que publiquen los críticos (quienes quieran que sean), por los premios que otorgan instituciones públicas y privadas bajo criterios desconocidos e incluso difíciles de comprender y recientemente por la difícil e incomprensible popularidad de sus redes sociales.Iván Vasiliev lo tiene todo, lo ha conseguido todo. Ha ganado todos los premios, ha contado con el apoyo de casi todos los críticos, le ha quitado el aliento a cientos de asistentes mientras baila y tiene más de 70 mil seguidores en su cuenta de Instagram. Pero aún sin premios, sin posibles gestiones para ganarlos (ocurren) y solo con la mala leche de los críticos que han apuntado alguna noche (dejaría de ser humano) que haya podido no ser “brillante”, Vasiliev sería el mismo bailarín.Recién llega a la tercera década que es el momento cúspide de la carrera de un bailarín clásico donde la técnica y el alma empatan, donde la experiencia humana realmente emerge en el escenario. Iván el Terrible explota en talento y en estilo cada función. El cuerpo le responde y se nota, le obedece y nosotros le disfrutamos aunque sea por YouTube. Prácticamente ha bailado desde que debutó en el 2006 en el Teatro Bolshoi todo el repertorio clásico: Don Quijote, Flamas de París, Corsario, Espartaco, Lago de los Cisnes, Cascanueces, Cenicienta, además de una ramillete de maravillosas creaciones neoclásicas y contemporáneas de grandes coreógrafos.Ha sido magnífico partner de la Prima Ballerina Assoluta Natalia Osipova, Oxana Bondareva, Kristina Kretova, Maria Vinogradova entre otras. Quizá -en mi opinión- la sensación que reina en el movimiento, en la presencia del bailarín es la de la absoluta ausencia de miedo.El arrojo total hacia la danza, hacia el arte, es imposible separarlas. La vida se agolpa y se baila en cada paso pero sólo lo grandes no necesitan alardear de todos estos mecanismos que ahora los artistas encumbrados usan para consagrarse. Se olvidan del oficio pero sobre todo de vivir, de acumular esa experiencia de vida que disfrutamos enormemente como público cuando un artista del tamaño de Vasiliev usa (en el mejor sentido de la palabra) su propia experiencia de vida para compartirse a través de la danza llevando más allá de la disciplina el qué hacer artístico. Menos mal que aún presionados por el contexto moral que vivimos, podamos como seres humanos tomar las decisiones pertinentes para saber a qué puerto llevar nuestras carreras y nuestras pasiones. Vida y salud al enorme artista Iván Vasiliev.argeliagf@informador.com.mx@argelinapanyvina