La mayoría de las concepciones que tenemos han sido transmitidas a nosotros desde hace varias generaciones. Estamos acostumbrados a hacer las cosas de una manera específica, bajo un orden específico, y si todo no se hace de tal forma estamos programados para pensar que está mal. Parte de aumentar nuestro entendimiento es tener la humildad de aceptar que la forma en la que realizamos muchas actividades no es absoluta. Si bien realizamos nuestras rutinas de una manera que nos funciona, es interesante explorar nuevas maneras de llegar al mismo resultado. Me he dado cuenta que muchas de las respuestas que buscamos dentro de un entorno cada día menos sensible y más acelerado se encuentran dentro de estos pensamientos predominantemente japoneses. Temas tales como el desaceleramiento, la paz en el día a día y la gratitud son tratados de una manera muy interesante por los japoneses. Su filosofía dicta que la paz parte del interior y que para encontrarla debemos bloquear el ruido y las distracciones. Hay un libro interesante titulado Ichigo Ichie, escrito por los mismos autores de Ikigai (libro al que dediqué mi columna anterior) que trata estos temas con mayor detenimiento. La frase “Ichigo Ichie” significa literalmente “un único encuentro”. El libro pretende (y logra) transmitir la importancia del ahora a través de prácticas japonesas. Entre las ideas interesantes presentadas podemos encontrar la aplicación del chanoyu, o la ceremonia del té japonesa, a nuestro día a día. Se explica que la mejor manera de hacer esto es acudiendo a un lugar que transmita paz, solo o con un grupo selecto de amigos por lo menos una vez por semana. Llegando al lugar, cada persona debe poner su celular en modo avión y debe hablarse únicamente de temas positivos, escuchando de manera activa el entorno y los comentarios. Los autores señalan que hemos perdido el arte de escuchar, sin prejuicios y sin respuestas anticipadas. Por esto resulta vital practicarlo de manera continua. Este tipo de actividades, según los autores y mi corta experiencia, son vitales para reconectar con uno mismo y nuestro entorno. Asimismo, el libro habla sobre enaltecer cada momento de nuestras vidas como si fuera el mejor, ya que dicho momento nunca se volverá a repetir de la misma forma. Una vez que entendemos lo efímeros que son los momentos y aterrizamos en la idea de que somos instantes, cambia nuestro entendimiento sobre la existencia y se multiplica nuestro agradecimiento. Según lo constatado por Heráclito, ningún hombre pisa el mismo río dos veces ya que no es el mismo río y él no es el mismo hombre. Nuestro entorno y nuestras vidas están en marcha en todo momento, por lo cual la persona que somos cambia de instante a instante.