Cientos de miles de velitas fueron encendidas el sábado para conmemorar el día de Holomodor. Fósforos y encendedores se activaron dentro y fuera de las fronteras de Ucrania en señal de homenaje a vidas inocentes y como testimonio de una profunda injusticia que debiera ser irrepetible, pero que pareciera que hay el empeño de emular. Holodomor significa matar de hambre en ucraniano y designa un hecho consumado por el dictador soviético Joseph Stalin entre 1932-1933, cuando murieron al menos 3.8 millones de ucranianos sometidos a disposiciones legales draconianas para imponer la colectivización forzosa en el campo. El aparato del Estado Soviético requisó cosechas y alimentos y cercó poblaciones enteras para que nadie pudiera salir, sentenciando a sus habitantes a una muerte segura. Cientos de miles de personas fueron detenidas y enviadas a los Gulag de Siberia, mientras los muertos se multiplicaron rápidamente y años después comenzó una especie de repoblamiento con inmigrantes afines al régimen. Se sembró así artificialmente una lucha entre dos culturas, dos ideologías y incluso se dividieron los criterios de la iglesia Cristiana Ortodoxa. El veneno de la discordia había sido sembrado.Cada velita encendida recuerda una vida cegada despiadadamente. Pero no se trataba solamente de una medida económica, sino que el sentimiento nacionalista ucraniano que había sido reprimido en la década de los años 1920 por el Ejército rojo persistía y se consideraba que había una prolijidad hacia Europa que debía desparecer. Así que una década después ante el temor que resurgiera, se tomaron las medidas represivas para recolonizar amplias áreas agrícolas. Este fue claramente un crimen de lesa humanidad que los ucranianos recuerdan encendiendo millones de velitas cada 26 de noviembre. El recuerdo de esa represión ha sido retomada por la Organización de las Naciones Unidas, por diversos gobiernos de Europa y fue retomada incluso por el Papa Francisco hace unos días y constituye un antecedente esencial para comprender, en parte, la invasión rusa sobre Ucrania emprendida desde el 24 de febrero pasado. La condena a muerte por hambre decretada entonces es menos visible que otras matanzas colectivas como el Holocausto, pero constituye un hecho que nunca más debiera suceder, por lo que su recuerdo debiera comprometer a la humanidad.Ahora esas velas tienen también el propósito de iluminar la obscuridad reinante debido a los ataques rusos a la red eléctrica, que ha dejado sin energía a la mayor parte del país. Ahora mismo las velitas encendidas en Ucrania nos recuerdan que millones de personas están siendo condenadas a morir de frio y hambre si la destrucción de la infraestructura civil que brinda energía a hospitales, casas, asilos y escuelas no cesa de inmediato. A diferencia de lo sucedido hace 80 años, ahora los ucranianos cuentan con el respaldo de muchas naciones de Occidente que les asisten en la guerra que sostienen para resistir la invasión de su país, pero el fantasma de un nuevo Holodomor recorre las frías planicies, en el campo y las ciudades de una nación obscurecida por la maldad de la guerra.Sería imperdonable para la humanidad en su conjunto, y especialmente para los mecanismos internacionales de defensa de los más elementales derechos de las personas que en nuestras narices, y frente a miles de cámaras de dispositivos sucediera que miles de personas inocentes murieran de frío, enfermedad y hambre por una decisión deliberada de atacar a la población civil, como sucedió en 1932. Una verdadera vergüenza que debe ser permitida bajo ninguna circunstancia, así que más allá de la guerra, la obligación moral, política y jurídica de asistir a esas personas inocentes es un imperativo internacional. En nombre de la vida misma de niños, ancianos, enfermos y personas sencillas inocentes cuya vida es amenazada ahora mismo, las velitas siguen encendidas.luisernestosalomon@gmail.com