Jueves, 19 de Diciembre 2024

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Espejismos sin oasis

Por: Augusto Chacón

Espejismos sin oasis

Espejismos sin oasis

La política, tal como la entendemos, la comentamos y la analizamos, la ejercen los políticos, mujeres y hombres, en el primer círculo, pero no de manera autónoma. Desde círculos externos, quienes dependen de los políticos, por una motivación u otra, inciden en el pensar, en las motivaciones y los objetivos de aquellos, de este modo, asimismo hacen política.

La interrelación entre las circunferencias parte de una jerarquía simple: rige la que está compuesta por las y los políticos cuya profesión es administrar lo público con cargo al erario, porque detentan un cargo de elección popular, son funcionarios y servidores públicos, son parte de los partidos políticos o están en espacios donde los cargos directivos, muchos de ellos, se designan por conveniencia de integrantes de los círculos políticos, no por atender la misión de la institución correspondiente, digamos universidades públicas, organismos autónomos, Empresas Productivas del Estado y hasta cuerpos de seguridad y el Poder Judicial.

Otros círculos los ocupan cierto tipo de empresarios, algunas y algunos académicos, medios de comunicación, organismos de la sociedad civil e incluso existe el que integran criminales adscritos a la vertiente organizada de la delincuencia; todos, al cabo, inciden en la política, es decir, son engranes de lo que por sus efectos sociales y económicos denominamos política.

Esos otros círculos no están más cerca o lejos del centro de manera estática; de pronto, los medios de comunicación pueden ser el conjunto más próximo al primero, el de los políticos, y luego, no por decisión propia, dejan el sitio a la sociedad civil o a los empresarios, etc., según la dicha política requiera la participación de cada cual.

Además, entre las y los adscritos a determinados grupos no hay pertenencias fatales; ser periodista o miembro de una organización ciudadana, no supone que no se pueda, si se desea y conviene, instalarse en el conglomerado de los políticos (y viceversa), aunque sea de puro membrete, y más: hay casos de personajes que medran, con cartilla de identidad plena, en dos o más ámbitos (lo que de paso tiene resultados financieros: en todos lucran).

Con esta descripción, ¿podemos imaginar el artilugio? Un círculo céntrico alrededor del cual giran anillos, próximos o lejanos alternadamente, grandes y pequeños, y en cada uno de ellos, individuos que de uno en uno y en grupo se distinguen de los de otros anillos. La ubicación de estos no tiene coordenadas inalterables: las sustancias que transfieren energía al aparato, la codicia y el autoritarismo, al mismo tiempo modifican la posición de los anillos, sin quitar centralidad al de los políticos.

Luego entonces, como solían decir los antiguos profesores de álgebra al despejar una ecuación: las mudables circunstancias, más los mudables personajes, multiplicados por la codicia constante y el autoritarismo -de pronto menguante, de pronto creciente- son igual a la política según la vamos entendiendo y con ella el análisis según lo practicamos. Con este mecanismo someramente reseñado, una conclusión se antoja: los interactuantes círculos, impulsados por el inagotable combustible llamado codicia, tienen un fin único: que el artefacto no deje de funcionar.

Pero es necesario añadir un ingrediente indispensable para que el artilugio no se detenga: la gente, que es, dispersa alrededor del sistema, simultáneamente adjetiva

Pero es necesario añadir un ingrediente indispensable para que el artilugio no se detenga: la gente, que es, dispersa alrededor del sistema, simultáneamente adjetiva, por los magros beneficios que recibe del juego político, y sustantiva, porque sin ella, sin su aceptación implícita de las reglas de la política en boga, los anillos se desvanecen.

El esquema no es nuevo, sólo se actualizan las denominaciones. En una época, en el centro estaba el sumo sacerdote, en otra los guerreros, el señor feudal, o la reina, la corte, el Papa, y así con quienes se desenvuelven en los círculos concéntricos, todos haciendo política; lo que significa que, con sus decisiones y haceres, asidos a sus convicciones, creencias e intereses, afectan las vidas de todos y validos de los bienes de origen común que tienden, irremisiblemente, merced a esta política, a privatizarse.

Pero que no sea nuevo resulta irrelevante, lo que ojalá sea novedoso es la reacción que provoque describirlo; nociones como democracia, derechos humanos e igualdad ante la ley tendrían que haber modificado el aparato, en cambio, se percibe un incremento del autoritarismo: imposición de modos que excluyen a quienes piensan diferente y limitar libertades e imponer una idea unipersonal de justicia, a pesar de los daños que causen.

O sea, las diferencias históricas entre quienes rigen desde el anillo central no debemos entenderlas por la definición que dan los libros a presidente, gobernador, alcalde, sumo sacerdote, señor feudal o guerrero, sino por el actuar recíproco entre quienes hacen política desde los otros anillos y las consecuencias, para la gente, de esas interacciones: ¿justicia?, ¿igualdad?, ¿bienestar?, ¿libertad sin distingos?, ¿democracia?, ¿imperio de la ley? 

El autoritarismo difumina las diferencias entre conceptos, o más bien: las hace innecesarias, pues el fin es fortalecer el mecanismo de los anillos, porque tampoco la otra sustancia que los anima ha mudado: la codicia.

¿Cómo frenar la inercia? Quizá trocar el foco del análisis, de cualquier nivel; concentrarnos en el juego de quienes hacen política, personas concretas, no logra sino justificarlos y darle un fin al mecanismo. 

Un ejemplo: de la lucha de varios barrios por conservar un espacio público en Huentitán, Guadalajara, pasamos, como sin darnos cuenta, al lance entre personajes políticos, con lo que planteamos, de manera tácita, que la cosa se resolverá cuando en la disputa triunfe alguno de los agentes políticos, no la idea de lo público para el bienestar compartido. Así, vendrán diez elecciones como la de 2024 y poco cambiará, salvo que se renovará la “emoción” por la contienda, la que confundimos con esperanza.

agustino20@gmail.com

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