Cuando descubrimos una obra original después de haber admirado a la del artista que la plagió nos quedamos sin palabras. Estas “sin palabras” son lo siguiente. La inspiración de un artista está ahí afuera en una noche de Luna llena, en una conversación con amigos, en la puesta de Sol sobre el mar, en la mirada del bien amado, en la risa de un niño, en la nobleza de un perro, en la contemplación de una obra; pero la inspiración, que es la belleza admirada sólo se aparece si uno está con la inquietud de encontrársela y efectivamente ésta se manifiesta de mil formas y a todas horas. Lo que cada uno haga con ella -que es la primera parte del trabajo creative- es realmente lo que nos vuelve eso, creadores. Después de involucrarnos y conmovernos con la belleza de afuera (o de adentro), generalmente cada artista irá dándole un sentido conforme la disciplina artística que ejecuta. Mientras que una escena para un pintor debiera quedar retratada en un lienzo, un dramaturgo la escribirá y un actor le dará vida, el músico se cuestionará si darle a la escena un abrigo o si embalsamarse con los personajes para componer desde ahí, los bailarines usarán el texto y lo volverán movimiento y el poeta quitará el ruido para dejar solo la esencia del acontecimiento. Ninguna de las disciplinas artísticas pues, está exenta de la otra, ningún artista está solo y a decir verdad los genios que han zurcido la historia del arte con hilo negro también echaron mano de cuanto necesitaron del mundo y de los demás.Estas grandes obras, las zurcidas por los grandes artistas provocan inspiración, admiración, escuela, estilo, épocas, corrientes, propuestas filosóficas que han enmarcado no sólo la historia del arte sino la historia de la humanidad. Cómo entonces -me pregunto yo- podemos dividir tan fácilmente los conceptos de escuela, plagio e inspiración. La obviedad de la respuesta (que algunos tienen muy clara) nos abre otra gama de preguntas tan básicas como qué fue primero si el huevo o la gallina. Pero a decir verdad, aún cuando podemos rastrear la historia de una u otra propuesta y atrevernos a comparar humanamente el sustento de ciertos artistas con otros, el único que nos resolverá esta ecuación será el tiempo. El tiempo, el incorruptible juez del arte no pone a cada uno donde le toca, le pone a cada obra su valor. El tiempo -tarde o temprano- descubre las grietas y las virtudes de manera delicada para darnos esa ansiada clara respuesta. A nosotros como público nos toca ser testigos en calma y a nosotros también, como artistas, nos toca ser profundamente honestos con el otro pero sobre todo con uno mismo que acá, del tiempo, nadie se salva.argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina