Domingo, 19 de Enero 2025

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Enloquecer en este mundo de belleza

Por: Martín Casillas de Alba

Enloquecer en este mundo de belleza

Enloquecer en este mundo de belleza

“Que ce triste Venise”, sí, qué triste es Venecia cuando el amor ha muerto o se ha acabado, como lo canta Charles Aznavour y lo tocaba el piano-bar del Hotel Mónaco -a la vuelta del Harry’s Bar-, cada vez que entraba desde que le pedí que lo hiciera y, para agradecérselo, le mandé una copa de Champaña. Venecia es una de las ciudades más bellas y extrañas del mundo, opinión que comparto con Chejov cuando estuvo en marzo de 1891 y con Thomas Mann con su novela y la película de Visconti. Por eso, preparé este collage que es como las vacaciones virtuales a finales del verano:

24 de marzo. Venecia. A su hermano Iván.

“Una cosa puedo decir: nunca he visto en mi vida un pueblo tan maravilloso como Venecia. Tiene una vida encantadora, brillante, alegre. Viajas en góndola y ves la casa de los Dogos, la casa donde vivió Desdémona, las casas de los pintores y las iglesias... Para nosotros los pobres y oprimidos rusos es fácil enloquecer en este mundo de belleza, bienestar y libertad. Uno suspira por quedarse aquí para siempre y cuando uno entra a las iglesias y escucha el órgano, anhela uno poder ser católico.”

25 de marzo. A su hermana.

“¡Oh, signori y signorine, qué pueblo tan exquisito es Venecia! Estas casas e iglesias construidas por gente poseída de un inmenso gusto artístico y musical, con un temperamento parecido al de los leones. Detrás de la catedral está el palacio de los Dogos, en donde Otelo se confesó ante los senadores.”

Y cuando leo esto, creo que vale la pena oír esa confesión del moro de Venecia, el mercenario contratado para defender a esa República que se casó con Desdémona sin el permiso de su padre, el signor Brabancio, uno de los Senadores de la República:

-Soy rudo de lenguaje y mal dotado para las blandas frases que la paz enseña, pues desde que tuvieron estos brazos el brío y la fuerza de los siete años, hasta hace alrededor de nueve lunas, han dedicado su acción predilecta al campo de batalla, y poco puedo decir de este mundo que no sean hazañas y contiendas con las que poco favor haré a mi causa... El padre de Desdémona me quería, me invitaba a menudo y me preguntaba sobre la historia de mi vida… Y le contaba los lances desastrosos, los accidentes conmovedores por mar y tierra, y de cómo había escapado por un punto de una muerte inminente en peligroso asalto; de mi captura a manos del insolente enemigo que esclavo me vendió, de mi rescate, de mi comportamiento a lo largo de mi penosa historia que se las describía… Desdémona se inclinaba hacia mí al oír esto, y si los quehaceres de la casa la apartaban de ahí, los despachaba de prisa para regresar ávida a devorar mi discurso.

Sigue la carta a su hermana del 25 de marzo.

“En pocas palabras, no hay un solo lugar que no nos haga recordar y que no nos toque el corazón como resulta ser la pequeña casa donde vivía Desdémona (que está libre para habitarla) y que nos impresionó tanto que es difícil sacudírsela… La mejor hora en Venecia es el atardecer… luego, las góndolas, góndolas y más góndolas que, cuando oscurece, parecen estar vivas; uno quiere llorar porque por todas partes oye uno música y cantos soberbios. Es una verdadera ópera. En pocas palabras, ¡qué tonto es el hombre que no conoce Venecia!”

Entonces recordamos Muerte en Venecia, la novela y la película de Visconti con la música de fondo del Adagietto de la 5ª Sinfonía de Mahler, cuando el profesor Aschenbach está llegando a Venecia y se pregunta: “¿quién no experimenta un cierto estremecimiento?, ¿quién no tiene que luchar contra una secreta opresión al entrar por primera vez, o tras larga ausencia, en una góndola veneciana?”

Sí, efectivamente, hemos enloquecido en ese mundo de belleza.

malba99@yahoo.com

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