Policías, fiscalías, tribunales, servicios periciales y forenses, defensorías públicas, unidades de seguimiento de medidas cautelares y suspensión condicional de proceso, centros penitenciarios y centros de internamiento son lo que el Gobierno de la República denomina “operadores del sistema de justicia”, dichos así o según la denominación que de entidad en entidad tengan. En teoría, cada uno de ellos se rige por lo que mandan la Constitución y las leyes complementarias y de este modo conforman un sistema, o sea un “conjunto de cosas que relacionadas entre sí ordenadamente contribuyen a determinado objeto” (Real Academia Española), lo correcto es suponer que el objeto de un sistema de justicia sea ésta, la justicia.¿Tenemos un sistema? Sucede un crimen, interviene la policía, toma la estafeta el ministerio público, que a su vez ocurre a los tribunales en los que, apoyado por peritos y forenses, presenta evidencias, en tanto que el acusado o la acusada cuenta con un defensor de oficio o puede recurrir a uno particular; de lo que el juez determine podría ser necesario dar seguimiento a las medidas cautelares y si la sentencia dispone prisión entran al relevo, último engranaje del sistema, los centros penitenciarios (o de readaptación).Es un resumen apretado, sabemos que hay varias instancias para agotar un proceso y sabemos que cada uno de los “operadores del sistema de justicia” está subrepticiamente regido por una burocracia implacable atravesada en buena medida por la corrupción. Y con todo y esto no queda sino responder: sí, tenemos un sistema de justicia, aunque ésta se apersona sólo en el membrete, pues el tal sistema no la procura, tampoco la administra, la impunidad es muestra de lo anterior, también lo dilatado e incierto de sus procesos, en los que no es extraño que las víctimas terminen pasando penurias e indignidades y tampoco es raro que inocentes estén en la cárcel, además de una certeza común entre quienes deberían ser sus beneficiarios: la justicia cuesta, queda más próxima a quienes pueden pagar los costos que los operadores imponen ilegalmente, y esto incluye a presuntos delincuentes.Justicia. Ameritaría una definición, ojalá lo que dicta el diccionario bastara para fijar un horizonte compartido; recurramos a Amartya Sen (La idea de la justicia), premio Nobel de economía: “A veces se dice que la justicia no es en absoluto una cuestión de razón, sino de tener la sensibilidad apropiada y el olfato adecuado para la injusticia.” Líneas más adelante cuenta: “Lord Mansfield, el poderoso magistrado inglés del siglo XVIII, dio un famoso consejo a un gobernador colonial recién nombrado: «Considere lo que usted crea que la justicia demanda y actúe en consecuencia. Pero nunca dé razones; pues su decisión será probablemente correcta, pero sus razones serán ciertamente erróneas»”. Así, la justicia, la noción de ella, en relación con la que tengamos de injusticia. Entonces Se refiere uno de los enfoques que en la Ilustración surgieron sobre el concepto: “identificar los esquemas institucionales justos para la sociedad”, “más que en comparaciones relativas de la justicia y la injusticia”, lo llama “institucionalismo trascendental” y pasa al segundo enfoque: “el institucionalismo trascendental se dedica de manera primaria a hacer justas las instituciones, por lo cual no se ocupa directamente de las sociedades reales. La naturaleza de la sociedad que eventualmente resulte de un marco institucional determinado también depende, por supuesto, de aspectos no institucionales, como el comportamiento real de la gente y sus interacciones sociales”. Y, nos figuramos, ese “comportamiento real de la gente” aplica también para los operadores del sistema de justicia.Una de las ventajas de un sistema es que para repararlo puede intervenir pieza por pieza, no es un todo incoherente; pero, en nuestro sistema de justicia ¿por dónde empezamos? Al plantear esta cuestión comenzamos a notar que bien poco tiene de sistema y mucho de caótico, y que atravesado por gestos inconexos de justicia. Está fracturado; y la persistencia de sus daños, bien identificados, invita a sospechar que su malfuncionamiento es intencional: quienes sucesivamente han mantenido el estado roto de las cosas de la justicia han superpuesto otro sistema para mantener las apariencias: el político. Este sí funcional, no para efectos sociales, sí para los operadores de este otro sistema, políticos, partidos, poderes fácticos y los mercados que cada cual atiende, legítimos e ilegítimos. ¿Fallan las policías, las Fiscalías o el Poder Judicial? Interviene, caso por caso, algún componente del sistema político. ¿Alguien, un grupo, necesita justicia? Que recurra al diputado, a la diputada, al alcalde, gobernador, etcétera, quien se la procurará como un acto de magnanimidad personalizado o, si su cartera lo permite, que busque al abogado o personaje influyente que lo introducirá al omnipotente sistema político. ¿No tiene acceso a ninguno de estos? Bienvenido al sistema de justicia que, ni modo, se atiene a lo que dice la ley. Recomendamos recorrerlo con espíritu todo terreno.Renovar el sistema de justicia tiene que ver con presupuesto, con volver a las bases: respetar la Constitución, con otorgarle autonomía de vuelo a partir de que sus operadores se ciñan a su objeto: la justicia, y con que el sistema entero se quite de encima el modelo de que es tributario del otro, del político. Luce arduo. No, luce imposible. El sistema político es literalmente avasallador, fabrica vasallos, de eso se nutre, a eso ha concentrado su funcionalidad y nos hemos prestado a su juego: ahí estamos, lampareados frente a las declaraciones de los políticos anunciando todo tipo de futuros, liderados por un presidente cuya persona es, según él, el sistema de sistemas: el político, el de justicia y el moral. ¿Pruebas? Hoy la vida política de la nación está volcada hacia las elecciones de 2024. ¿Y la justicia? A quién le importa, si las corcholatas y sus rivales hacen las delicias grotescas del sistema político y de su tribuna que, en una de ésas (es la periódica esperanza) esta vez sí traerá bajo el brazo una reforma para que la justicia… etcétera.agustino20@gmail.com