Miércoles, 27 de Noviembre 2024

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El poderoso irresponsable

Por: Salvador Camarena

El poderoso irresponsable

El poderoso irresponsable

El Presidente de México, por definición, es un muy poderoso.

Algunos mandatarios han tenido que lidiar con la rareza de un poder legislativo que logra ser contrapeso en algunas coyunturas. Pero aun en esos periodos, es el Presidente quien está en una posición de mayores capacidades e instrumentos para ejercer el poder.

Lo anterior también aplica para el Poder Judicial.

Ese poder, incluso en los momentos dorados del presidencialismo, nunca fue una vara mágica de soluciones perfectas, sencillas y menos instantáneas.

Porque aun para un Ejecutivo del priismo clásico, el ejercicio del poder suponía, además de medir eventuales consecuencias indeseadas de cada orden, la búsqueda de que sean los más quienes queden satisfechos, y que los costos de tales decisiones sean pagados por los menos.

En cada circunstancia, el Presidente meditaba -en su fuero interno o con sus allegados- sus palabras y sus hechos. Porque el manejo del timón puede provocar daños mayores que la tormenta misma.

Varios presidentes, es cierto, incurrieron en frivolidades. Otros fueron conocidos por desafortunados desplantes. Uno reciente era fatuo. Otro, vivía atormentado por sus culpas y arranques. Casi todos han tolerado excesos de parientes. Pero ninguno reciente combinaba el ser tan poderoso y al mismo tiempo tan poco responsable con su lengua, como el Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

AMLO ha echado a los leones a directivos de hospitales públicos. Los leones, en este caso, es una opinión pública indignada al ver pacientes y familiares de enfermos rogar en las calles por medicinas.

Desde el poder más absoluto que un Presidente mexicano pueda tener, que es siempre demasiado, López Obrador desprecia la esencia del liderazgo: asumir la responsabilidad.

Hacer recaer el peso de una falta de medicamento a un doctor que hace lo que puede, literalmente, en el famélico sistema de salud que tiene nuestro país es, además de ruin, un deplorable ejercicio de administración.

Si el titular del Ejecutivo tiene elementos para creer que un directivo hospitalario ha estado por debajo de su responsabilidad, lo primero que debe hacer es garantizar que la falla -en este caso la dotación de medicamentos para cáncer infantil- se subsane en cuestión de horas. Y luego corregir la falla si esta es estructural. Eso se llama crisis, los gobernantes no las eligen, pero sí deben mostrarse capaces de resolverlas de la mejor manera posible.

En cambio, ser un “corre ve y dile” que se zafa de su responsabilidad al señalar desde el micrófono más potente a un médico al que no se le ha probado mala práctica, habla de alguien que solo siembra problemas y discordia.

México no es una plaza para que desde ella se arengue cada mañana a muchedumbres necesitadas. Este país es serio. Y necesita un líder con conciencia de su encargo.

Hasta entrenadores propensos a la rabieta y las marrullerías saben que en público la pueden agarrar contra el árbitro o incluso la tribuna, pero que si un jugador o el equipo fallaron, es el vestidor y no la cancha donde debe dirimirse el problema.

La mañanera es la cotidiana oportunidad perdida del Presidente López Obrador de quedarse callado y usar ese tiempo para trabajar, puertas adentro, en lo que sí es una de sus responsabilidades: que los hospitales tengan medicinas, y que los directivos de los mismos se sientan respaldados y motivados por el mandatario para lograr lo mejor de una situación que está muy lejos de lo que todos quisiéramos.

Desde ayer, en este país todos los directivos de un hospital saben que tienen en el Presidente de la República no a un líder exigente, sino a un poderoso incriminador que no actúa responsablemente. Pobres de ellos. Y de sus pacientes. 

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