La Universidad de Guadalajara, vieja compañera de andanzas sociales, políticas, culturales y económicas de la capital de Jalisco y desde hace casi treinta años elemento del paisaje por todo el estado; UdeG conglomerado de Centros Universitarios con una impronta única y con rasgos regionales que los diferencian. Universidad que se nos aparece dos veces al año en los titulares de las noticias cuando publica la cantidad de alumnos que admite; miles de jóvenes, con sus familias, pendientes del soñado paso de futuro que supone “salir en listas”. Universidad de leyendas urbanas blancas, negras y grises; de la violenta y servil del régimen en turno Federación de Estudiantes de Guadalajara, a los rectores que dejaron estelas en el folclore político al estilo mexicano, que pasa por el trenzado basto de comportamiento humano, uso del presupuesto, autoritarismo y control institucional por mero interés particular, hasta el enseñoramiento, real y magnificado por las especulaciones obligatorias en casos así, del grupo liderado por Raúl Padilla, al que se le reconoce que en los avatares de toda índole en esta región, a lo largo de lo que ya dura una generación, ha aportado cosas notables y apreciadas, aunque asimismo se le endilgan toda clase de acciones que desestabilizan periódicamente al Estado (en todo caso nomás se suma a los desestabilizadores generalmente sufridos: los partidos y sus sucesivos dirigentes y los gobernadores), también se le acusa de inhibir la democracia en la universidad y de servirse de su presupuesto.Universidad de Guadalajara que polariza en lo que se conoce como el “círculo rojo”, amalgama de individuos, mujeres y hombres, de la política, empresarios, académicos, de los medios de comunicación y de la sociedad civil, que modulan a cierta “opinión pública” por su visibilidad. Unos defienden sus logros, otros los desestiman, o los invalidan por el tufo politiquero y de corrupción que, dicen, mana incluso de sus áreas menos conspicuas. Aunque, en medio de estas posturas polares está la constancia de una institución que recibe todos los días, en el nivel medio superior y superior, a trescientos mil estudiantes, para lo que decenas de miles de profesoras y profesores y de personal administrativo deben estar para hacer lo que les corresponde. Semejante dimensión provoca que haya de todo; enseñantes de muy mala calidad (incluye a quienes ni siquiera se presentan a dar clase) y otros excelentes, en todos sentidos; instalaciones de alta calidad y otras en las que, por ejemplo, los baños son casi radioactivos. Universidad que mirada y vivida así es una bendición para muchas, para muchos -sin ella no habrían podido ir más allá de la secundaria- y una fatalidad para otros tantos: qué le van a hacer, no les queda de otra, ahí les tocó estudiar (y el verbo les parece excesivo).Raúl Gabás tradujo del alemán el libro Nietzsche. Biografía de su pensamiento, de Rüdiger Safranski, en la segunda frase del capítulo uno leemos: “La música es lo monstruoso.” Claro, la aseveración reclama una nota: “Traducimos con este término el alemán Ungeheur. Nietzsche se refiere con él a lo que desborda la dimensión apolinea, es decir, la realidad acuñada a través de formas precisas; por tanto, en castellano se podría utilizar la palabra «inmenso», «informe» o «estremecedor». En la traducción se podría variar el término según el contexto; no obstante, en eras de la uniformidad, hemos optado por «monstruoso», que lleva inherente el aspecto de los desbordante y lo conmovedor.” En aras de la uniformidad ¿Monstruosa Universidad de Guadalajara, Ungeheur?El viernes anterior, en el Centro Universitario de Ciencia Económico Administrativas de la UdeG (CUCEA), sucedió el seminario: “Estado de la economía mexicana y sus perspectivas. Sus condiciones actuales y estructurales para su crecimiento sostenido”. El programa se articuló alrededor de la presentación del libro The Mexican economy, publicado en 2022 en el Reino Unido, de Enrique Cárdenas -quien ahora es parte del CUCEA-; sin aspavientos mediáticos, junto con Mauricio Merino, otra incorporación excelente de la UdeG al lado luminoso de sus haceres, convocaron a Luis de la Calle, Lourdes Melgar, Rogelio Gómez Hermosillo, Eduardo González Pier, Jonathan Heath y a Carlos Urzúa, actores visibles, centrales, del trance económico del país, a los que se sumaron “locales”, con idéntica calidad intelectual: Asmara González Rojas, Rosa Rojas y Antonio Ruiz Porras.Ahí, en una de las vertientes de la monstruosa, se dio un diálogo y una reflexión críticos, profundos, de esos desde los que se antoja afirmar: no todo está perdido, a condición de que huyamos del juego perverso y convenenciero de la clase política, que en su afán por prevalecer y medrar nos empuja a una disección simplista no sólo de la política, de lo que se atraviese en la imposición de sus afanes personales como si fueran constitutivos del interés de la sociedad toda; clase política en la que por supuesto alinean personajes de la UdeG a los que esos mismos modos, los de banderías codiciosas, les vienen bien. A partir de esta muy estrecha visión, la monstruosa acaba siendo todo y nada, o lo que de ella queramos creer; a menos que nos detengamos a mirar los detalles, sus detalles, y a ser críticos, válidos de los hechos y las evidencias, no de los prejuicios. Cada que nos montamos en la ola de esa opinión pública inercial damos más poder al intercambio faccioso, socialmente estéril, de los que ganan con el estado de cosas. Dos sugerencias que en el seminario se deslizaron, sólo aparentemente simples (y de las que hubo no pocas) delinean esto, Luis de la Calle: “el desarrollo lo deben construir los mexicanos”; Rosa Rojas: “como sociedad no estamos en el debate educativo nacional”. Si los parafraseamos: al desarrollo de la Universidad de Guadalajara deben contribuir, al menos, las y los jaliscienses. Como sociedad no estamos en el debate sobre el rumbo, y funcionalidad, de nuestras instituciones. A lo que podemos añadir una porción del análisis que en el seminario hizo Mauricio Merino: confundimos a personas concretas con las instituciones.agustino20@gmail.com