Viernes, 22 de Noviembre 2024

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El coraje que se ocupa para vivir en ciudad abierta

Por: Juan Palomar

El coraje que se ocupa para vivir en ciudad abierta

El coraje que se ocupa para vivir en ciudad abierta

Es bastante usual que en los medios de los nuevos ricos y de las clases aspiracionales haya sorpresa al encontrarse a quien elige todavía vivir en ciudad abierta, no en “cotos”. “¿Cómo así? Con tantos peligros, tanta inseguridad, tan chafa?” Así se expresan a veces los orondos habitantes de los “cotos”. Ésos que para estar seguros se rodean de murallas electrificadas, alambres de púas, y un gendarme que sabe todas sus idas y venidas. Esos que con demasiada frecuencia son vecinos de capos, capitostes y capitos narcos, con lo que la probabilidad de que se arme una balacera es ventajosa. Esos que sufren “inside jobs”: robos domésticos a cargo de los propios vecinos. Esos cuyas vidas pasan bajo el escrutinio implacable de los demás vecinos: ¿qué coche se compró y por qué tan corriente (cero “Premium”)? ¿Por qué llegó tan tarde y  haciendo eses? ¿Ya se pelearon otra vez? ¿Y por qué traen a los chiquillos tan chamagosos y sin ropa “de marca”? ¿Quiénes eran esos invitados tan vulgares? Y así al infinito dentro de su armoniosa convivencia. Esta es la actual vida aspiracional tapatía.

La seguridad, todos lo sabemos es básica. Pero no a costa de una seguridad aún más importante: la espiritual, la que da el pertenecer realmente a una comunidad integrada: a un barrio de la ciudad abierta. Pero el señuelo de vivir cuidaditos ha seducido a legiones de aspiracionales, y según estudios serios, 17% del área metropolitana está ya cubierta por desarrollos segregados y segregadores: por el cáncer urbano. Tratemos de ser claros: ¿por qué llamar a este fenómeno como algo tan grave como “cáncer urbano”? Pues, porque a semejanza de lo que sucede en el cuerpo humano, células enfermas y tóxicas se reproducen desordenadamente y van destruyendo las partes sanas del organismo hasta -en muchos casos- lograr su muerte. La muerte, en el caso de la ciudad, es doble: la que sucede en términos físicos, urbanísticos; y la que sufre lo más sagrado de una urbe: su espíritu mismo.

¿Qué hacer? En una ciudad razonable la seguridad y sus índices son ambientales, parejos con pocos bemoles. La autoridad cuida lo mejor que puede a todos por igual. Los vecinos se cuidan y auxilian unos a otros. Si las cosas van bien, se puede estar en la calle y circular a cualquier hora sin mayor problema. Las puertas de las casas dan directamente sobre los ámbitos comunes, y ambos se respetan. En el 17% de Guadalajara lo anterior ni se imagina ni se sueña, y lo peor: ni se quiere. Es el sálvese quien pueda. Es el privilegio para los más ricos, la exclusión de los más pobres.

Va a ser necesario, inevitable, que por pura defensa propia los “cotos” se abran a la ciudad. De entrada, liberar inmediatamente los kilómetros de calles públicas ahora secuestradas. No sabemos cuándo podría pasar esto, sería bueno oír a este respecto a los sociólogos (y tal vez a ciertos políticos esclarecidos -¿habrá?-). La resistencia, sin embargo, será imbatible. Los millones de habitantes de Guadalajara que viven y vivirán en ciudad abierta son, en su gran mayoría, gentes buenas, trabajadoras y hasta fraternas. Es éste el espíritu de la ciudad, ese que requiere coraje para asumirlo, el que habrá de salvar a nuestra ciudad de su actual decadencia.
jpalomar@informador.com.mx

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