Tengo años escuchando que en esta vida uno tiene que creérsela. Yo misma, habiéndomela creído, me he subido a muchísimos ladrillos y sin aprender muy bien la lección, me he tenido que subir a otros tantos para después bajarme, sentir el piso firme y volver a empezar, ya habiendo pasado la turbulencia. Generalmente, los premios, las felicitaciones y los reconocimientos son bálsamos para seguir adelante. No me malentienda, querido lector, por supuesto que es bellísimo para la persona, para el artista en cuestión y para su ego sentir que el trabajo que tanto ha costado finalmente fue plasmado sobre lienzo o entretelones. Por supuesto que estos elogios y parabienes son frescos, rojos claveles, sobre todo cuando vienen de gente que uno respeta. Y es verdad que estos solo llegan cuando el que los recibe entiende, a golpe de mareos, que el éxito está en el día a día y no en el momento de la foto (por decirlo de alguna manera).El trabajo del artista, del creativo, del que está poniendo las ideas en firme, suele ser, ya materializado, como el que se hace en casa: cuando está bien hecho, no se ve. Es muy común escuchar en galerías y museos a transeúntes burlarse de instalaciones o de obras de arte, apelando a que un niño o ellos mismos podrían haberlo hecho. La enorme diferencia entre esa persona y el artista radica, simplemente, en que no lo hicieron. He leído entre labios que a tal artista su asistente le ayuda y le hace tales trazos, la diferencia es que el artista es el de la idea, es el creativo, y el asistente es eso, su en el mejor de los casos, aprendiz. Y es que en estricto sentido, todos somos aprendices de alguien; incluso cuando uno oye hablar a los consagrados, tienen una forma particular de expresar su proceso creativo, respetan todos los oficios pero reconocen los lugares y momentos, por eso es que ni consagrados, se la creen. El artista, por otro lado, podrá vanagloriarse de tener una medalla colgada en un gran museo o seguir en su estudio embarrándose de pintura, apelando a la necesidad humana de ser a través y junto con sus materiales. Él sabe que el espacio reservado para su obra y el reconocimiento quizá lleguen, quizá no. Pero el que trabaja en virtud seguirá, porque se ha subido ya a muchos ladrillos y le han cantado mil sirenas que le dicen en secreto que su trabajo vale, le han dicho que su trabajo es importante y que se la crea, que exija y entonces, conscientemente, decide no creérsela.No hay nada más sano para todos que volver al origen, volver a las bases, volver a lo que nos aterrice de verdad, abrir todos los sentidos y no creérnosla. No hay casi nada que no haya sido inventado o algún premio o reconocimiento que no haya sido dado. Después de una gran foto de final de curso, de un gran discurso, viene solo el primer día de trabajo. Y más vale que sea el trabajo más deseado del mundo.