Desde la antigüedad cristiana surgió en la comunidad la tendencia a reproducir de alguna manera los principales hechos narrados por los Evangelios, dando lugar al desarrollo de una enorme creatividad y, en consecuencia, de múltiples y diversas expresiones culturales muchas de las cuales se conservan hasta el presente.Así nació una especial nomenclatura aplicable a tiempos, días, espacios y acciones cuyos términos son hoy universalmente conocidos, así: Navidad, Candelaria, Carnaval, Cuaresma, Pascua, Semana Santa, Domingo de Ramos, Jueves de Corpus, Fieles Difuntos, y desde luego, el día más famoso, deseado, creado y denominado por la Iglesia, el domingo, entre otros nombres más.El Domingo de Ramos, llamado en latín “domenica in palmis” nace de la representación de la entrada de Jesús en la ciudad de Jerusalén, en vísperas de su crucifixión, y como el texto de la Escritura dice que la gente cortaba ramos de los árboles para aclamarlo, pues vino la costumbre de llevar y agitar ramos para la misa de ese día, que luego se volvieron palmas, y después, verdaderas artesanías hechas de estas hojas, lográndose formas y figuras de lo que se denomina con razón “arte efímero”.Y como se bendecían las palmas, la gente las conservaba en sus casas hasta que se extinguían, o las palmas o las casas. Las palmas tapatías solían extinguirse durante las tempestades, pues se quemaban para atraer la benevolencia divina ante el azote de la lluvia. Colocar cruces hechas con estas palmas detrás de las puertas de egreso, tenía el objetivo de impedir el ingreso de los malandrines. Hoy día no bastarían todos los palmares de Colima.Por lo mismo, el Domingo de Ramos en Guadalajara, más antes que ahora, revestía las afueras de todos los templos, con puestos provistos de una ingente cantidad de ramos y palmas, entornados de manzanilla, para que la gente los adquiriese y los llevara a la misa, tradición que dejaba alguna ganancia a comerciantes provenientes, sobre todo, de los pueblos del valle de Atemajac. La pícara competencia que en todas partes asoma las orejas, llevó a buscar el “plus” tejiendo las palmas o dándoles tales o cuales formas.En Roma, la oferta de las palmas fue por mucho tiempo monopolio de una familia, en gratitud a que uno de sus miembros, en el siglo XVI, rompiendo una norma, salvó el gran obelisco que se alza en la Plaza de San Pedro. Levantar este monumento exigía de una enorme concentración por parte de trabajadores e ingenieros, de ahí que se impusieran penas severas al público expectante que chiflara o gritara durante el delicado proceso. En un dado momento uno de los cables que iban izando el obelisco comenzó a reventarse, un joven observador lo advirtió y gritó para que se corrigiera el daño; vista la importancia de su actuación, en lugar de penas recibió para él y su familia el privilegio perpetuo de la distribución de los ramos en esa domenica in palmis.Nuestro privilegio es ser herederos de una fe que ha sabido a lo largo de los siglos transformarse en todo tipo de expresiones culturales que integran en una sola vivencia lo terreno y lo celeste, sin oposición ni descarte, con una notable imaginación y una especial capacidad para crear belleza y altruismo.armando.gon@univa.mx