A Layda Sansores, gobernadora de Campeche, le gusta más polemizar que gobernar. De hecho, no le gusta gobernar, lo que ella realmente disfruta es ser una especie de actriz de vodevil, el payaso de circo de la llamada Cuarta Transformación. Y lo hace muy bien. Durante varias semanas tuvo al país en vilo con el llamado “Martes del Jaguar” donde exhibía, merced a grabaciones ilegales, las corruptelas del presidente del PRI y ex gobernador de Campeche, Alejandro “Alito” Moreno, uno de los personajes más impresentables de la política nacional (el adjetivo no es ocurrencia mía, se lo puso su compañero de partido, Francisco Labastida Ochoa). Como siempre sucede en la política, el tiro se le regresó a la señora Sansores. Quien abusó de las grabaciones ilegales e invadió el teléfono de su antecesor, ahora es víctima exactamente del mismo procedimiento. No sólo quedó en evidencia que infiltró a su enemigo político a través de un sobrino, “Gerardito”, sino que usó recursos públicos para su campaña. ¿Más o menos que “Alito”? Quizá mucho menos, pero a fin de cuentas la gobernadora denunciante resultó igual de corrupta que el denunciado.Ese es justamente el dilema de la política. Por un lado, podemos decir que gracias a las intervenciones ilegales y a la lucha sin tregua ni cuartel en la búsqueda del poder es como los ciudadanos nos enteramos de las tropelías de unos y otros; por el otro, en la medida que los conflictos escalan, la ilegalidad no tiene fin, o peor aún, se justifica. La sociedad en general y los periodistas en particular nos regodeamos de las filtraciones ilegales; son nuestra pequeña venganza frente al permanente abuso y engaño de los poderosos, aunque no sirvan demasiado.El escándalo político, como escribió John B. Thompson (Paidós, 2001), funciona como un factor de equilibrio de poder, pero también rompe la barrera entre la esfera de lo público y lo privado. La transgresión de esa frontera es un boomerang que invariablemente regresa contra quien la traspasa. Hoy en Campeche está claro que tienen una gobernadora corrupta que sucedió a un gobernador corrupto. Hoy los mexicanos sabemos que los purificados morenistas pueden ser tan corruptos como la mafia del poder. ¿Y? Nada. Que “Alito” el impresentable sigue siendo presidente del PRI; Layda Sansores, la presentadora del circo transformador de los martes que usó recursos públicos para llegar al poder sigue siendo gobernadora. Ninguno será sancionado por las filtraciones ilegales ni por la corrupción expuesta en los audios y las intercepciones telefónicas. Lo único que ganamos los mexicanos con la ida y la vuelta de este escándalo es la certeza de la impunidad.diego.petersen@informador.com.mx