A CiroDespués del atentado contra Ciro Gómez Leyva se han dicho todo tipo de tonterías en las redes sociales. En un país donde del Presidente para abajo se ha renunciado a pensar para dedicarse a insultar, un atentado como el del jueves pasado es campo fértil para que afloren los más mezquinos sentimientos de uno y otro lado. Desde la Rayuela (el mini editorial) del periódico La Jornada pasando por el secretario de Promoción Económica de la Ciudad de México, Fadlala Akabani, hasta quienes quieren ver en este atentado la mano directa del Presidente, sin argumentos, sino por el simple placer de acusar.Confío en que se detendrá a los atacantes directos, pero dudo que realmente sepamos de dónde vino la orden de atentar de esa manera contra un periodista. Peor aún, lo que se diga se pondrá en duda y como suele suceder en estos casos, nada será creíble simple y sencillamente porque a fuerza de torpedearnos los unos a los otros hemos desbaratado la base mínima de la confianza en las instituciones.Que el Presidente no haya dado la orden, como absurdamente se señala en algunos comentarios, no quiere decir que no sea responsable en gran medida de lo que sucedió. Un ataque de esta magnitud no puede abstraerse del contexto en el que se da. La pregunta no es sólo quién lo hizo sino por qué lo hizo, y sobre todo por qué alguien, quien haya sido, se siente con la absoluta tranquilidad de atentar contra los periodistas que le incomodan. La semana pasada fue Ciro, por suerte sin consecuencias, pero antes fueron Lourdes Maldonado, Margarito Martínez, Luis Enrique Ramírez y un tristemente largo etcétera de periodistas asesinados en este país ante la indolencia de las autoridades locales y el más profundo desprecio del Gobierno federal.Si el Presidente de la República ataca todos los días a los periodistas desde la Mañanera (y dejen de decir, por favor, que eso es derecho de réplica); si los ataques a los periodistas no se investigan ni se castigan, sino que por el contrario, se revictimiza a las y los periodistas con frases como “quién sabe en qué estaría metido”; si los abrazos son para quienes ejercen la violencia y los ataques para los que ejercen el derecho a disentir; si los cuestionamientos no se responden con información sino con descalificación; si el 98 por ciento de los asesinatos queda impune, por qué nos extraña entonces que alguien se sienta con derecho de atentar contra quien, por la razón que sea, considera que le estorba.Las palabras importan. Es momento de que todos, del Presidente para abajo, pasando por gobernadores, funcionarios y por supuesto los periodistas, nos hagamos cargo de las consecuencias de nuestras palabras. Pero no olvidemos una pequeña diferencia: la libertad de expresión y el derecho a la información son de los ciudadanos y los obligados a respetarlo y a asegurarlo son quienes detentan el poder. diego.petersen@informador.com.mxDiego Petersen Farah