Rafael Caro Quintero es el personaje más emblemático del narco en México. Los hay más poderosos, incluso más novelescos, como “El Chapo” Guzmán o “El señor de los cielos”, pero ninguno como él representa con tanta claridad el principio y el fin de la era del narcotráfico en México.Antes de Caro Quintero no se hablaba de narcotraficantes; eran gomeros. La primera generación que se reconoció como traficantes internacionales de droga en nuestro país fue la que encabezaron Ernesto Fonseca, Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero, el famoso Cártel de Guadalajara. No sólo cambiaron la forma de hacer un negocio ilegal, también la forma de ser y estar en la sociedad. La generación de los ochenta convirtió al narcotráfico en cultura: incorporaron la corrupción como parte esencial del negocio, impusieron la ostentación y el lujo como código y generaron una estética en la música (los narcocorridos) la arquitectura (el art-narcó) y la moda (para ser narco había que vestir como narco). Los gomeros eran campesinos con dinero; los narcos eran hombres de poder. Además de una estética había una ética, formas más o menos compartidas de comportamiento que implican reglas más o menos compartidas, aunque siempre violadas y violentadas.Con la captura de Caro llega el fin de una generación y de una forma de ser narco. Se da en un momento en que el narcotráfico ha dejado de ser una actividad de un grupo transgresor, protegido desde el poder político, para convertirse en parte del crimen organizado, una estructura mucho más diversa, más compleja y sustentada en los territorios. Ya nada es como antes; el narco tampoco.La caída de Caro Quintero es también el fin de la política de los abrazos y no balazos. Presionado desde Estados Unidos, que festeja el gran trabajo de la DEA en la recaptura del capo acusado de matar a uno de sus agentes en 1985, el Gobierno de López Obrador ha puesto, por la vía de los hechos, fin a la política de los abrazos. Aquello de no perseguir Capos, de no someterse a los caprichos de las agencias estadounidenses, particularmente de la DEA, de no ser como los otros, se vino abajo en un sólo apretón por parte de las autoridades del vecino del norte.La detención del capo más longevo del narcotráfico no mejorará un ápice la seguridad pública, en una de esas más bien la empeora si desata una guerra interna por la sucesión del liderazgo en los grupos que controlaba. Tampoco cambiará sustancialmente las capacidades del crimen organizado en México y Estados Unidos. Sin embargo, simbólicamente, hay un antes y un después de Caro Quintero para el narco y para el Gobierno de López Obrador. Diego Petersen Farahdiego.petersen@informador.com.mx