El Presidente López Obrador tiene una extraña manera de medir la corrupción: el sueño apacible y reparador. Son ya varias ocasiones en que alega su conciencia tranquila y su capacidad para dormir, y hoy la de sus hijos, como prueba irrefutable de su honestidad.No sé si el Presidente duerma tranquilo. En lo personal pienso que ningún Presidente lo ha hecho. Se necesitaría tener un cinismo descomunal y una concha del tamaño del mundo para que los problemas no los abrumen y atribulen. Así como creo que es cierto aquello que dijo Peña Nieto de que no hay Presidente que se despierte pensando cómo joder a México (lo cual no significa que no lo hagan) también creo que nadie puede irse a la cama tranquilo con los datos de violencia de este país (por eso es mejor recibirlos temprano en la mañana). De la misma manera, estoy seguro de que no es la corrupción lo que les quita el sueño, ni a los actuales gobernantes ni a los anteriores; ni a García Luna ni a Emilio Lozoya; ni a los hijos de López Portillo, ni a los de Martha Sahagún, ni a los de López Obrador.¿Hay corrupción en el primer círculo del Presidente y su familia? Los datos apuntan a que sí, que los hijos del Presidente han hecho del poder de su padre un negocio. Que el hijo mayor, José Ramon, se benefició de contratos de Pemex; que el de en medio, Andrés Manuel, y el tercero, Gonzalo, arreglan compras y hacen negocios a través de terceros, particularmente en el Estado de Campeche y en la construcción del Tren Maya. ¿Llevan un porcentaje de las compras o sólo se benefician indirectamente del tráfico de influencias? Hasta ahora lo que se ha probado es esto último, pero igual es un acto de corrupción.El corrupto nunca se ve a sí mismo como tal. Lo que él hace es justificado por causas políticas y supuestos valores superiores. Siempre hay alguien más corrupto que él, por lo que sus acciones tienen un matiz auto exculpatorio. Es cierto, nadie podría dormir en paz ni besar a sus hijos en la mañana pensándose a sí mismo como un corrupto, por eso, en la propia imagen del corrupto, en lo que ve cada mañana en el espejo, él nunca lo es.Un amigo me enseñó que la ofensa la califica el que la recibe, jamás quien la comete. De la misma manera, la corrupción no puede ni debe ser delimitada por el poderoso, sino por la sociedad que la sufre. Por eso necesitamos instituciones autónomas, para que no sea el padre quien delimite el orgullo de su nepotismo ni el sueño impune de sus hijos.diego.petersen@informador.com.mx