Atmosféricas. Ruge la ciudad bajo el cielo de arsénico. Muchachas bellísimas consideran el taller que hierve solitario. Una güera se afana sobre ciertos dibujos secretos, imposibles. En lo alto de la pirámide los muchachos fuman mariguana. Las mujeres van y vienen hablando de Michelangelo. El malhumorado taxista arriesga la lámina para ganar tres metros, y una señorita pasea calmadamente, sin que nadie la moleste, con los pechos al aire. El decimoséptimo jardín se aguarda para recibir una pequeña multitud de adictos. Tacubaya abre los brazos y recibe a sus hijos como una nana chiqueadora. Acoge otra vez a los peregrinos que atravesaron el aire que se corta con cuchillo para subir a la más transparente región del aire. Las musas tapatías, indiferentes, deslumbran sin darse apenas cuenta a los mirones. Staring fit again, and again.**Dios clemente que adorarVirgen santa a quien pedirNoble esposa a quien quererHijos buenos que formarNietos sanos que mimarCasa quieta que habitarLeña seca que quemarBien lo justo que comerVino, pan y queso que tenerViejo amigo que atenderLibro sabio que leerBuen andar para pasearBuen trabajo que cumplirAlgún pobre que ayudar**De orgías. Tiembla la pantalla y sale lumbre. Las letras forman hileras incendiarias que devastan el corazón. Por la ventana entran pájaros de azogue y recuerdos, el viejo jardinero algo sospecha y mueve la cabeza con desaprobación, mientras el joven perro se aleja gruñendo ante el desastre. Treinta días, se sabe, de castigo y demencia aguardan al pasaje a Babilonia y Sodoma. La niña del triángulo verde al fin, exorcizada, parece abandonar el llano de los fantasmas, el lugar de sus tan largas apariciones. Pero también se sabe que esto no será más que otro espejismo, que hasta el último aliento habrá de perseguir al ingenuo con sus adentros jamás explorados, ah la artera.**Crosby, Stills, Nash & Young avanzan sobre la canción. Cross eyed Mary parece que se llama la rola. Quizás habla de la insólita belleza, lograda como lo hacían los mayas, para mejor perder a sus amantes, mirándolos nunca. La bizquera hace que la mirada se duplique, que siempre sean dos cosas a la vez, dos universos los que mire. En uno celebra el ritual de lo habitual. En el otro pululan los fantasmas y los aparecidos que anuncian siempre el inminente fin del mundo, las travesías delirantes por los mares griegos y todo indica que será en el Tirreno el lugar preciso del último naufragio. Alba de proa. Un casco tremolante se pierde rumbo al combate final, relumbra bajo el sol de gloria. Héctor está perdido y lo sabe, mientras Ulises prepara la espada que habrá de vencerlo. Graham Greene recuenta el fin de la aventura, Evelyn Waugh pronuncia, en su inglés maravilloso, la revisita al edén subvertido en donde quedará por siempre la Imposible. CSN & Y son implacables y endemoniadamente angélicos. How can you catch the sparrow, dicen.**Hiende la bahía de todas las banderas la proa filosa. Maraica, tan lejana, se acerca ahora. Las islas Marietas levitan al paso de la tripulación estupefacta y el capitán, borracho, traslucha con crazas equivocación, otra vez. La Rechinata también abre los brazos, y es como una pica en Flandes en medio del pueblo somnoliento al que asolan los esbirros con fría parsimonia. A caballo, la musa galopa, sus senos se mecen en el aire tibio. Sentir otra vez, Alejandro Magno en el trópico triste, el poderío del noble animal que tiembla al golpe de las espuelas cintilantes. El jardín de la musa, con sus cuarenta hectáreas de prodigios y el bosque encantado de los lichis, vuelve a enloquecer a los incautos visitantes. La Sierra Madre despliega sus mantos, el cielo despliega su turba. Es Paquito, ya no hará travesuras. Es Paquito Martínez Negrete, cuya voz rauca entona Paper soldiers y cuarenta años desfilan en la mente como cuando, dicen, el que pasa enfrentará a el tránsito final.**Llueve sobre la ciudad en llamasLa muchacha se levantaSabe que está perdidaY prepara su indiferencia como un machete envenenadoCon en el que cortará la cabeza de la hidra cotidianaLa hidra mientras tanto ya corre a su encuentroIngenuo hidalgo salvador de vidas arruinadasSin saber que al puro verlo la sirena habrá de fulminarlo ** La historia de la replicante y el corredor de la navaja. No acaba nunca, no tiene tregua. El corredor pierde el aliento, desmaya, saca una vez más la pistola que ya no tiene tiros. La bellísima replicante, entonces, procede una vez más a seducirlo con infinita dulzura, con despiadada crueldad. Lo desviste, mira sus tatuajes, le hace lentamente el amor. El de la navaja mira al sesgo una pistola en venta, se hace ella, descerraja cuatro tiros en la frente de la musa. No sale sangre, sino unos cuantos resortes de muñeca rota.jpalomar@informador.com.mx