Ideas | Diario de un espectador Poderosos vientos de mayo -quién los viera- arriman su frescura tras los días agobiantes de la estación Por: Juan Palomar 19 de mayo de 2018 - 20:43 hs Diario de un espectador Atmosféricas. Poderosos vientos de mayo -quién los viera- arriman su frescura tras los días agobiantes de la estación. El balcón recibe de frente la andanada, y algún muy tenue relente de las aguas en marcha alcanza a ser percibido entre las rachas que a ratos son una lija que pule a la jornada que se retira. Cada año, estos rigores luego son cauterizados y enviados a algún episodio olvidable: llega el día de San Antonio, se abren las aguas, el benévolo clima de este valle retoma talante y gobierno. Por mientras, las floraciones atienden a sus muy particulares ritmos y el rosal de dos colores opta por expandir inopinadamente su dominio. Habrá que moderar sus ímpetus, favorecer con esa medida a la mansa sábila, ahora un poco arrinconada sobre su platabanda. Pájaros de buenaventura cantan hasta los límites mismos de estas tardes inacabables. ** El maestro Palacios va al mar. Sigue la cavilación sobre la suma de reflexiones que un hombre de tierra adentro, luego de 87 años, condensó en una frase hipnótica, llana y contundente, frente al infinito poderío del océano, frente a ese otro reino del misterio y el portento inalcanzable: “El mar, arquitecto, le mira a uno lo pendejo.” Una sabiduría larga, vital, ante lo desconocido, lo inaudito: no cabe a ese hombre, ante tal evidencia de fuerza y enigma, más que acatar con sonriente humildad esa presencia que lo rebasa, pero que de alguna manera le entrega ahora el gozo hondísimo de la creación reconciliada y completa. No es “uno mira” al mar: es, que el mar “le mira a uno.” Una clave: el océano no como una vastedad a ser mirada; sino un sujeto vivo y actuante que ante cada hombre tiene su efecto, su mensaje personalísimo que viene a través de los siglos. Entre otras consideraciones, don Luis, el maestro, largamente observó luego el mar. Sacó dos conclusiones. Una, sobre la imposibilidad física, derivada de procedimientos de su oficio, de abarcar toda la extensión marítima de un golpe de vista. La parte y el todo; la parte como medida eficaz para entender el conjunto. Y la otra: después de mediciones realizadas con su ojo de águila, concluyó que el horizonte, en su punto central, tenía una ligera elevación sobre la superficie que, continua, se alejaba rumbo a la bóveda celeste. En algún lugar de Homero parecidas conclusiones sin duda se encuentran mientras los hombres de tierra y certezas se adentraban por el vinoso ponto. A los 87 años, un hombre que enfrenta por primera vez el mar comienza sus inicios en la marinería, en lo inexplicable, en lo que sin embargo es capaz de hacer propio. ** Inscripciones. Quedan y acompañan a lo largo de los años. Se enganchan en la memoria como un fragmento que viene a completar el mundo de referencias que toda mente humana acarrea. Alguna, notada en veces singulares, parece destinada a durar por siempre. Pero, como la inscripción de León Felipe. “estaba escrita en el polvo/ en el polvo que dispersan/ la lluvia, el viento y las huellas.” Hay otras en cambio que navegan sobre aguas humildes e inciertas, que flotan en la memoria como frágiles restos de algún naufragio. Y son luego las que perduran, las que al filo de algún cuaderno perdido comparecen, y vuelven a ser la misma flecha que da justo en el ánima. Tres de éstas, hallazgo y adivinanza de estos días: Inscripción del reloj de sol del campanario de Darmstadt El día recorre mi rostro, la noche lo cruza en silencio, y el día y la noche se compensan y la noche y el día se funden. Y eternamente va avanzando la sombra indicadora. Toda una vida jugando en la penumbra, hasta que también a ti te llegue tu vez: se agotó el plazo, fin del trayecto. Graham Greene, en Nuestro hombre en La Habana: “Pueden imprimir estadísticas y contar las poblaciones en cientos de miles pero para cada hombre una ciudad no consiste más que unas pocas calles, unas pocas casas, algunas gentes. Si se remueve eso poco una ciudad no existe ya excepto como un dolor en la memoria, como el dolor de una pierna amputada que ya no está allí.” Redshift no sé muy bien por qué ahora me da por acordarme y por pensar en voz baja todo cuanto de ti supe ojos verdes -pequeñas llamas alumbrando a nadie- y cuerpo alto y claro como un arrayán joven dos o tres frases hechas la sonrisa difícil y un cierto parecido con algún lugar lejano existes ahora para aquí apenas porque recuerdo tu acento al decir no entiendo y tu manera de beber tímidamente y mucho estarás ahora lejos y distinta con la piel más pálida el aire más cansado pensando dónde pasarás tu siguiente ausencia, tu próxima estación una oficina anónima un quehacer inútil al fondo de tu vida a la izquierda del hastío, bajo los recuerdos único lazo que tampoco te ata al mundo ahora ya te quedas como estás y como fuiste un tiempo esa vez a pesar del silencio del pasar de los días del roer de la vida el caso es que te quedas al filo de este día dibujo en el agua escritura en el aire taciturna pasajera el aire alucinado de los habitantes de esta tarde en ruinas. jpalomar@informador.com.mx Temas Juan Palomar Verea Literatura Lee También Actividades de la Librería Carlos Fuentes durante el marco de la FIL 2024 Hacienda Pública en Jalisco presume alza en ingresos estatales; minimizan deuda Salman Rushdie protagonizará el Hay Festival de Colombia Sociales: Willy y Pedro Pizá, cincuenta años de amor y complicidad Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones