La circunstancia desde la que hablamos nos lleva percibir de manera diferenciada los componentes en los que fraccionamos la realidad que en conjunto denominamos la vida. Hay tantas percepciones como miradas se detengan, en un momento dado, a evaluar la realidad a partir de algunos de sus componentes; esto es una obviedad, pero en tiempos de polarización y de disputa por imponer cada cual su relato no sobra escribirla. Por la pluralidad de posturas veleidosas -si un día se mira un asunto de una manera al siguiente puede parecer de otra- es imposible hacer una lista que contenga la multitud de opiniones y para no absolutizar matizamos: lo político atosiga, a algunos; la economía resplandece, para algunos; el cambio climático mortifica, a algunos; las mujeres, su causa de igualdad sustantiva, triunfó, según algunos; etcétera. Para validar lo anterior tenemos los temas que concitan una actitud que, para no decir única, nombramos mayoritaria: el presente de los pueblos originarios es ajeno a la justicia y a la posibilidad de la igualdad; la inseguridad pública es angustiante. Advertencia a la que obligaría un ficticio instituto de salud mental y de bienestar democrático: se recomienda que en ninguna de las categorías en que se descomponga la realidad, la vida, se considere el veredicto de gobernantes, de funcionarios públicos y de los intelectuales y académicos orgánicos que se distinguen porque evalúan aceptable todo el trabajo de los gobernantes y funcionarios, o los que disfrazados de críticos postulan que el país - el estado o el municipio- pasa por una transición, o bien sentencian: gracias a la actual administración no estamos peor; cuidado, los hay que entran y salen de la organicidad para confundir y ser todavía más orgánicos. Y asimismo no debe comerse crudo el argumento de los opinadores (aplica a quien escribe este artículo), por lo que ojo con lo que a lo largo del texto el autor quiera hacer pasar por unánime o inapelable. Una muestra, alguien afirma: al fin las mujeres viven a todas márgaras (expresión coloquial para distraer incautos) por las leyes creadas y modificadas y merced al tanto presupuesto destinado para que así sea. Si al sopesar la afirmación previa consideramos la postura de quienes están en el gobierno y afirmamos: para algunos, fallamos. Es aconsejable, primero, sacar de la formulación a esos grupúsculos que nomás cuentan con algo a su favor: su interesada voz, amplificada y multiplicada, y después, ser conscientes de las mujeres que nos rodean. Y de la conciencia, una propuesta de Octavio Paz para entenderla, en el ensayo El ogro filantrópico: “La conciencia, decía André Breton, es aquello que, «ocurra lo que ocurra, nos lleva a oponernos a todo lo que atente contra la dignidad de la vida». La conciencia es lo opuesto a la razón de Estado.”Nota para la estructura de un texto, de éste: ¿en qué punto una introducción abarca todo lo que se quiere y se puede decir? Nota para la nota: en teoría una acotación como la anterior debería quedar oculta en la manufactura del escrito, pero la teoría estorba cuando la punta del argumento prefigurado no aparece porque requiere de una anticipación amplia. Entonces, a la mitad del artículo, ahora sí, la cuestión germinal: con la elección más grande de la historia por venir… bla, bla, bla, y frente a los polos políticos, sociales, económicos, enfrentados, casi radicalizados, y una masa políticamente inercial con el poder del voto en su mano ¿a cuál estado previo del país querríamos volver? O puesta la duda positivamente ¿cuál es el estado al que aspiramos llegue la nación para un nosotros amplio? Qué estadio recordamos de la economía, de la política, de la justicia, de la relación con el medio ambiente que nos parezca pertinente para volver y recomenzar (otra nota: para escribir sobre la era en la que no había un cogobierno tan flagrante con el crimen organizado es menester un texto aparte, o dos). Al cabo, respondemos uncidos a la experiencia (incluido el factor de la edad) y a la historia que armamos con lo que tenemos al alcance; no podemos identificar, como los románticos del siglo XIX, un pasado edénico que uniforme el deseo nacional de retornar a él, si lo consiguiéramos sería ensueño que no admitiría una crítica detallada. Y desde lo positivo entrañado en el porvenir ¿podríamos coincidir al enunciar uno que contente a todas a todos y que sea de consenso lo que es imperativo hacer para pavimentar el camino que nos lleve a él? Para no sucumbir al impulso por matizar, lo que sea que escojamos para tasar la realidad, con el mecanismo: para algunos, tomemos en cuenta el estado que guardan ciertas aparentes subjetividades, proponemos que su condición está degradada y merma el imperio del acuerdo ético y jurídico de convivencia: la libertad de expresión y de prensa; la noción del abuso de poder; los pesos y contrapesos constitucionales; el acceso a los derechos fundamentales; la soberanía de las entidades que conforman el pacto federal, y el uso unipersonal, en los tres órdenes de gobierno, del poder y del erario. ¿Coincidiríamos en que no corresponden con lo que establecen las leyes y con nuestros anhelos? Las elecciones desataron el duelo entre mantener el desenvolvimiento del actual estatus quo, o truncarlo; quienes propugnan por lo primero mantendrán la tendencia a minusvalorar esas “subjetividades”; pero aquellas y aquellos que se presentan como el “cambio” ¿en verdad se sentirán más cómodos con una prensa libre, con organismos garantes de derechos realmente autónomos, con un equilibrio eficaz entre Poderes? La tradición es elocuente: si la clase política gana terreno, difícilmente lo cede de regreso, y menos para atenerse al Gobierno democrático de y con la sociedad.agustino20@gmail.com