Miércoles, 18 de Diciembre 2024

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Civilizados para la ocasión

Por: Augusto Chacón

Civilizados para la ocasión

Civilizados para la ocasión

La disputa electoral, las disputas electorales en términos guerreros. Hay ejércitos (la metáfora no requiere emplear el ingenio a fondo). Hay un territorio por conquistar y una población que, luego de que se declare un vencedor, deberá aceptar el dominio de éste. Hay armas, a veces metafóricas y, según se ha impuesto en México desde hace un tiempo, de repente reales, de las que hacen bang-bang. Hay propaganda con la que cada uno de los contendientes trata de colonizar el imaginario de los ciudadanos, aunque de manera primaria: yo soy la mejor, el mejor, y mi rival es de lo peor (para ciertos candidatos, incluso ya cuando fueron elegidos, es la manifestación intelectual más alta). Hay militantes en los bandos, y militante es el vocablo que mejor describe las actitudes que toman, proviene de militar (servir a la guerra) y define el tipo de su lealtad, a prueba de las evidencias incriminatorias de algún delito o de la incompetencia probada de su candidato.

El espacio de la tregua electoral. El punto intermedio, físico y mental, en el que la batalla se remansa, sin que los combatientes prescindan completamente de endilgar a sus enemigos las categorías morales negativas que les achacan. En el ámbito de la tregua, las porciones de humanidad que estorban en la guerra, por mínimas que sean, salen a relucir, a veces para avivar la esperanza, a veces nomás para que no se diga que la violencia empeñada en la búsqueda de los votos significa que todo ha de resolverse agresivamente.

Atestiguan, en el círculo externo al de la conflagración democrática, quienes juzgan y critican el estado del campo en el que la refriega ocurre, también la condición de la tropa y sus generales. Periodistas, opinadores, empresarios, líderes sociales, académicos y quienes conforman el fardo llamado redes sociales, acres o serviles -según sus preferencias- o con la mayor objetividad a la que pueden acceder y con conocimiento de la historia, de las biografías de los “guerreros” y una idea clara respecto a lo que es deseable para la sociedad, todos tratan de que su saber y las nociones éticas que ostentan sean del dominio público, no necesariamente por el bien del tal dominio público, sino por la satisfacción de que otros piensen y hagan de acuerdo con lo que ellos discurren, por ejemplo, votar por aquella o aquel al que su entender asigna la calaña de madre o padre del futuro que andamos buscando.

(En otro círculo están las instituciones que tutelan las reglas de las hostilidades comiciales, pero no tiene caso hablar demasiado de ellas, esas instituciones equivalen a la ONU en las guerras de a de veras: inciden en algunos aspectos, sancionan, pero no evitan las bajas ni las bajezas).

Por estas fechas, todo está dispuesto para que la cíclica lid comience. Los ejércitos y sus allegados están emplazados y aquellos que afilan los análisis para tratar de cargar los dados de las urnas en un sentido u otro, disparan evaluaciones a discreción. Son salvas que están permitidas, como por ejemplo: “¿Cómo es posible que fulano o fulana quiera comandar una de las armadas y en las encuestas luzca delantero? ¿Nadie recuerda lo que ha hecho?”. Atendiendo a lo que se revela respecto a algunos de los precandidatos y sus factótums, deberían pender de sus cuellos algunas cadenas perpetuas. Pero lo mismo dicen los señalados de aquellos que los señalan. Si se hiciera un recuento de los antecedentes de los contrincantes según los describen sus rivales, el balance sería que el país no ha producido para la política sino incompetentes que, por mal que lo hayan hecho antes y no obstante los delitos que les imputan, al anunciarse las cruzadas electorales reaparecen por la puerta delantera y son recibidos como si hubieran nacido a la vida pública apenas un día antes.

Es en este punto, con el proceso electoral desatado pero aún sin candidatos formales, donde identificamos lo que se llama una tregua. Los inconformes con las condiciones del país, del estado o de los municipios que apenas hace unos días reconocían la ineptitud de los miembros de la clase política, acceden a abrir las puertas de sus casas, de sus negocios o de sus organizaciones a ciertos personajes porque la democracia es así: ¿poco memoriosa? ¿Convenenciera? ¿O porque en la tregua a nadie se le niega un vaso de agua, y menos al señor licenciado o a la señora doctora que, en una de esas, acaba sentada en la anhelada silla de algún palacete de cualquier orden de gobierno o en algún Congreso? Luego ahí se queda uno, con sus categorías filosóficas, éticas y políticas, solo para las charlas de sobremesa o para rellenar artículos y ensayos, ajeno a la realidad real que, digámoslo de una vez, se hace por personas que un día son carne de prisión y al siguiente respetables candidatas y candidatos. Como por encantamiento medieval, pasan de ser mentirosas, aprovechadas y corruptas, a ser capaces de poner cara de “yo no fui aquel que fui”, y sentarse en las mesas y foros más conspicuos porque el espacio de la tregua allana las asperezas morales.

Es necesario reformular el concepto: no hay tregua, el batallar es incesante, aunque de pronto, en el fragor de la batalla, abierta o soterrada, como lo canta Serrat: por un rato haya que olvidar que cada uno es cada cual y que allá, en las urnas, se dé la fiesta (para unos cuantos). Luego despertarán, inmutables, el bien y el mal: la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas.

agustino20@gmail.com

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