Recientemente se conoció la noticia de que la ciudad de Guadalajara seguiría conservando su nombre original sin añadidos de ninguna especie. Al unísono la gente se enteró, porque lo ignoraba, de que hubiese no sólo ese intento sino hasta una comisión para lograrlo, como de costumbre, a espaldas de la ciudadanía.Es verdad que vivimos en una democracia representativa, pero nuestros representantes con demasiada frecuencia, lejos de representarnos, lo que hacen es sustituirnos, y así hacen leyes, las cambian, las reforman, venden bienes municipales, ponen y quitan, sin que jamás nos enteremos, o cuando por fin lo sabemos, ya es demasiado tarde. Conocedores de esta mecánica es que surgen los cabilderos, esas personas o grupos que promueven todo tipo de cosas, buenas y malas, a sabiendas de que pueden lograr sus metas sin que la comunidad se entere, un recurso común pero deshonesto.Quienes promueven la alteración del nombre de esta ciudad lo hacen por una buena causa, pero desenfocada. Quienes opinamos que la ciudad se siga llamando tal cual se llama, no lo hacemos por ir en contra de personaje alguno, sino por ir a favor de un nombre que vale mucho por sí mismo, lo hacemos en favor de nuestra ciudad, cuyos habitantes, hasta la fecha, han logrado salvar a Guadalajara de esa tendencia populista y narcisista, tan en boga en el siglo XIX, de ponerle apellidos a ranchos, pueblos y urbes de todo tipo, para elogio de tales o cuales personas que por allí pasaron, nacieron, murieron o hicieron algo considerado notable, o tan ordinario como dormir una noche en un tal sitio, como fue el caso de Acatlán de Juárez.El gran adalid de la educación en Jalisco fue don Manuel López Cotilla, entonces ¿Guadalajara debe apellidarse “de López Cotilla”? Y como casi 800 personas, al ser entrevistadas, dirían no saber nada acerca de él, ¿habrá que fortalecer una súper campaña para que ya sabiendo quién fue, acepten añadir su nombre a nuestra ciudad?¿Quién podría olvidar el extraordinario ejemplo de solidaridad cotidiana del gran benefactor de los leprosos, el padre Bernal, que dedicó toda su vida a esta noble causa? ¿Entonces, Guadalajara “de Bernal”?, ¿o “de Cuéllar”, en memoria del incomparable educador de los niños pobres, cuya ingente obra aún se mantiene?, ¿o de Zuno, el refundador de la actual Universidad estatal? ¿Y no fue en Guadalajara donde Miguel Hidalgo expidió un bando aboliendo la esclavitud, hecho inédito para toda América? ¿Entonces Guadalajara “de la abolición de la esclavitud”?Sería un trabajo sin fin si nos ponemos a comparar personajes para identificar el apellido con los méritos suficientes para alterarnos el nombre, pues para nuestra fortuna han sido tantas y tan notables las personas que han hecho esta ciudad, desde el remoto siglo XVI, que elegir a uno sería hacer injusticia a todos los demás, y desde luego, exhibir una terrible ignorancia.Lo primero que nuestras autoridades deberían de preguntarnos a los tapatíos es si estamos de acuerdo o no en que el nombre de nuestra ciudad tenga un apellido, y si la respuesta es sí, abrir de manera clara y honesta una inscripción para sugerir qué apellido de entre tantísimos posibles pudiera ganar, sin sorpresas ni madruguetes.Finalmente, ¿cómo sonaría la internacionalmente famosa canción “Guadalajara”, si se tuviera que cantar con un apellido? Haga el intento eligiendo el apellido que mejor le parezca y verá lo que ocurre.