El sábado 2 de julio de 1988 fueron asesinados de varios disparos Francisco Xavier Ovando y Román Gil Heraldez en una calle oscura y remota de la Ciudad de México. El primero era un cercano colaborador del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, candidato del Frente Democrático Nacional (FDN) integrado por varios partidos, pero centralmente por la Corriente Democrática, una escisión del Partido Revolucionario Institucional (PRI) encabezada por el propio Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo.Además de ser amigo y cercano colaborador del Cuauhtémoc Cárdenas, Xavier Ovando tenía un papel clave en la campaña del frente opositor: coordinar la red de información electoral que operaría el miércoles 6 de julio, día de las elecciones presidenciales. Al día siguiente del asesinato, el domingo 3 de julio, Xavier Ovando coordinaría un simulacro de recolección de información en todo el país, para estar preparados el día de los comicios por posibles alteraciones de votos por parte del partido oficial.El crimen en contra Xavier Ovando y Román Gil (cercano colaborador del primero) fue, a todas luces, un crimen político cometido por el régimen priista que entonces encabezaba el Presidente Miguel de la Madrid Hurtado y que tomaría a sangre y fuego, robándose la Presidencia, Carlos Salinas de Gortari.Cuando veo imágenes de la alianza opositora “Va por México” en la que participan los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD), pienso en el crimen de Xavier Obando y Román Gil y me pregunto sobre las razones que tienen los actuales dirigentes del PRD para pactar alianzas político-electorales con el partido que cometió el crimen de dos de los fundadores de la corriente política principal que dio vida al sol azteca. Como se sabe, tras el fraude electoral cometido en julio de 1988 por el cual se impuso en el poder al candidato priista Carlos Salinas de Gortari, la mayoría de fuerzas que conformaban el FDN decidieron construir un nuevo partido, que vio la luz en mayo de 1989. Desde entonces, decidieron participar en todas las contiendas electorales, pero el régimen vengativo de Carlos Salinas se negaba a reconocer los triunfos del PRD, especialmente en Michoacán, Guerrero y Estado de México, mientras reconocía gustosamente los triunfos del PAN, como la gubernatura para Ernesto Ruffo Appel en Baja California, en 1989.Esa democracia selectiva manejada por el PRI, motivó las movilizaciones de miles de militantes del naciente PRD y seguidores del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Movilizaciones que el régimen de Carlos Salinas cortó literalmente a sangre y fuego. Se calcula que de julio de 1988 a noviembre de 2007, los gobiernos priistas asesinaron a 696 militantes del PRD y otros 900 fueron perseguidos, desaparecidos o presos, según informó Marcela Nolasco, secretaria de Derechos Humanos del Comité Ejecutivo Nacional perredista al instalar una ofrenda en el Hemiciclo a Juárez, a todos los caídos de su partido (La Jornada, 2 noviembre 2007).¿Con qué cara el actual dirigente el PRD se alía, se toma fotos y se da abrazos con el presidente del partido que asesinó y persiguió a cientos de militantes perredistas? Las mismas preguntas deberían hacerse los dirigentes de Acción Nacional, que durante varias décadas soportaron fraudes, robo de votos y persecución, encarcelamientos y represión por parte de los gobiernos priistas. Varias manifestaciones panistas contra fraudes electorales, como en León o San Luis Potosí, fueron reprimidas violentamente por gobiernos priistas.Ya fuera del poder, militantes del PRI fueron perseguidos o calumniados por gobiernos del PAN. Al verlos en varios actos juntos, pienso en priistas (ahora ex) como Arturo Zamora, a quien en campaña por la gubernatura en 2006 lo acusaron incluso de relaciones con el narco y otras anomalías. ¿No le causa incomodidad saludar o abrazar al panista Emilio González Márquez, principal responsable de las acusaciones? Miles de agravios cometidos entre estos partidos en sus contiendas electorales durante décadas pasadas son dejados a un lado ahora para ir en alianza con un solo propósito: derrotar a Morena y a su dirigente. No importan causas, ideologías que decían defender en el pasado, no importa la congruencia. Nada de eso importa. Lo que importa es el poder, mantener el hueso, la nómina, el cargo. No importa que para ello tengas que aliarte con el responsable de asesinar a tus compañeros en el pasado. A esto se reduce la política electoral. Y luego se preguntan por qué la gente está harta de estos partidos y estas formas de hacer política.