Jueves, 28 de Noviembre 2024

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Abrir las escuelas

Por: Luis Ernesto Salomón

Abrir las escuelas

Abrir las escuelas

Cerrar las escuelas es una decisión muy drástica. Solo había sucedido cuando una región o país era azotado una calamidad, pero nunca antes se había afectado el proceso educativo mundialmente.

Por la pandemia, 192 países han cerrado las escuelas y universidades afectando al 91% del total de estudiantes inscritos oficialmente. Este hecho sin precedentes ha provocado una perturbación social que traerá como consecuencia una transformación de los sistemas educativos en el mundo, o dicho de otra forma, las escuelas y las instituciones de educación superior no volverán a ser como eran al inicio del 2020. Es tan excepcional lo que vivimos que resulta notable la rapidez con la que se han adoptado las técnicas de educación en línea para mitigar los efectos del cierre de las escuelas. 

Los maestros en el mundo han dado muestras de creatividad para impartir sus lecciones por las plataformas digitales con la voluntad de compartir el conocimiento de forma más abierta. Pero esa disposición generosa se enfrenta a la dura realidad social, que implica que algunas escuelas están en mejores condiciones materiales que otras para aprovechar los recursos tecnológicos. Y al mismo tiempo, hay una enorme cantidad de profesores que aún no dominan las habilidades para utilizarla adecuadamente. Al hacer énfasis solo en las soluciones basadas en la tecnología, se ha puesto de manifiesto la desigualdad social que puede exacerbarse si no se toman medidas compensatorias de forma inmediata. Esto es especialmente notable en las poblaciones rurales, y en las zonas marginadas del desarrollo en las que el acceso a Internet y la falta de equipos en las escuelas y los hogares colocan a sus habitantes en una desventaja que puede ser multiplicadora de la marginación. Y este peligro social también está presente dentro de las mismas comunidades educativas en las que hay alumnos y maestros que no cuentan con los recursos suficientes para tener y usar adecuadamente los dispositivos digitales. 

Los programas de respaldo en la tecnología se han centrado en el acceso a los dispositivos, pero se ha dejado de lado la forma en que la tecnología y el aprendizaje pueden realmente integrarse con éxito para las comunidades escolares, y en ese punto los maestros, que juegan un papel fundamental, se les ha dejado de lado. Los estudiantes necesitan que sus maestros les enseñen la importancia del aprendizaje autodirigido, y para ello hay que capacitarlos y estimular su participación para encontrar soluciones para cada comunidad.

Las primeras experiencias de los maestros en otras naciones que han regresado a las escuelas se han centrado en el apoyo a la formación profesional, la seguridad, el empleo y las condiciones de trabajo, como en la participación en las respuestas de los sistemas educativos. En nuestro caso, los planteamientos han sido administrativos y enfocados a los instrumentos dejando involuntariamente lejos lo que realmente importa: las personas. Los alumnos que necesitan continuar sus estudios, los profesores y el personal de apoyo requieren como nunca antes de un respaldo institucional específico en tres campos: la capacitación profesional para estar en las mejores condiciones de enfrentar los cursos en línea; contar con recursos adicionales para las labores de desarrollo de tareas en la red; y reforzar la seguridad y estabilidad laboral. 

Las escuelas no serán como antes, porque los maestros y los alumnos ya no son los mismos, ni se espera que lo sean, por lo que es necesario colocar la transformación de la educación como la prioridad de política social en este período de incertidumbre. No se trata solo de agregar herramientas digitales sino de rediseñar un sistema con visión de futuro, porque pretender volver a la realidad anterior, puede condenar a nuestros niños a quedar detrás de los pasos que a gran velocidad se están dando en el mundo. Un cambio educativo solo será exitoso si se cuenta con una política que respalde la capacitación efectiva de los maestros y con los recursos para compensar las desigualdades que se generan por la falta de acceso a la tecnología. Ahora es cuando hay que invertir, antes de que el efecto multiplique la desigualdad. Es indispensable cambiar la tradicional visión burocrática de un sistema educativo que por su dimensión padece de elefantiasis, cuyas patas obesas están corroídas por los intereses en cada entidad del país, y por organizaciones gremiales anquilosadas que son lastres costosos e ineficaces. Si no hay una transformación que permita colocar a las personas en el centro de la atención, solo tendremos, como hasta ahora soluciones inerciales que prolongan la mediocridad y multiplican la desigualdad. La solución está en las personas y no solo en los dispositivos o los recursos. 

Abrir las escuelas es una decisión drástica que debe aprovecharse para detonar la transformación y no para pretender volver al pasado.

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