Viernes, 20 de Septiembre 2024

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A la mitad del camino: la política

Por: Diego Petersen

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A punto de rendir su tercer informe de gobierno, el de verdad, no los informes al pueblo que gustan tanto al presidente López Obrador, ¿podemos hacer ya un balance más o menos certero de la capacidad transformadora de este gobierno? Es cierto que la pandemia ha marcado y modificado significativamente el rumbo del país. Sin este problema global de salud pública las cosas habrían sido distintas, pero en política las circunstancias son las que son y lo que tenemos que evaluar es la capacidad de un gobierno para responder a ellas. Ahora sí que en política el “hubiera” es sólo excusa.

Si algo ha distinguido la primera mitad del gobierno de López Obrador es una forma distinta de hacer política. Su manera de gestionar el conflicto, muchas de las veces provocándolo, es la marca de la casa: no habíamos tenido un presidente tan fuerte desde Salinas o incluso Echeverría. Esta forma de ejercer el poder contrasta con los estilos de las últimas décadas, sobre todo después de que Zedillo y Fox dedicaron una buena parte de su esfuerzo a desmantelar la presidencia imperial. López Obrador le quitó gasto, pero restauró y reafirmó los símbolos de poder de la presidencia, desde la ocupación de Palacio Nacional hasta los honores al presidente.

La gestión del poder pasa también por la forma en que el presidente encara a los opositores. Para López Obrador la oposición no son grupos legítimos de interés representados en otros partidos sino “el otro”, el adversario que está en contra de la transformación y del pueblo. Esta polarización, conmigo o contra mí, es el rasgo más característico en el ejercicio del poder. Nos puede gustar o no, pero políticamente ha resultado muy eficiente. La dicotomía, el blanco y negro, la ausencia de matices, lo ha convertido en el presidente más controvertido (él dice, con su característica manera de victimizarse, que el más atacado), pero también en el más visible. La omnipresencia en la conversación pública es parte esencial de su poder.

Pero la capacidad transformadora del poder requiere un saber hacer. Si algo no ha logrado el presidente es traducir el discurso en políticas públicas, que eso que dice con tanta enjundia en la Mañanera se traduzca en programas, que las intenciones se conviertan en acciones. La centralización por desconfianza y un gabinete debilitado por el propio presidente han convertido al autodenominado gobierno de la cuarta transformación en un equipo terriblemente ineficiente.

A la mitad del camino la gestión es el punto más débil del gobierno de López Obrador, quien hasta ahora ha desbaratado mucho y construido poco. 

La dicotomía, el blanco y negro, la ausencia de matices, lo ha convertido en el presidente más controvertido (él dice, con su característica manera de victimizarse, que el más atacado)

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