Diego Latorre, jugador del Cruz Azul hace 20 años y actualmente comentarista en la televisión argentina, incluye en el retrato hablado de Gerardo Martino los siguientes rasgos: “Sereno, analítico, en ocasiones paternalista con el jugador, honesto en la autocrítica, enemigo de los dobles discursos; sabe liderar sin mostrarse autoritario, y obra con elasticidad”. Es decir que la imagen que proyectó ayer, al asumir formalmente el cargo de técnico de la Selección Mexicana, denota congruencia con su estilo y fidelidad a su espejo diario. “Genio y figura…”, como dicen.* De su declaración de principios, sobresalen varias coincidencias y una divergencia con respecto al estilo de Juan Carlos Osorio. Entre las coincidencias destacan la sobriedad en el discurso, y el afán de conceder al esfuerzo y a la calidad de los jugadores el mayor mérito de los resultados que se obtengan. Nada de querer (“como otros…”) el rol de La Novia de la Boda o del Niño Dios del Nacimiento.La divergencia consiste en el propósito, dicho en sus primeras declaraciones, de conformar “un equipo con un estilo propio, reconocible”; algo que podría contrastar con la predilección de Osorio por convencer a los veintitantos jugadores llamados para cada competencia en que participaba, y a despecho de las críticas de los “expertos”, de las bondades de las “rotaciones”; es decir, la pertinencia de modificar sistemáticamente sus alineaciones como recurso para no dar pistas, sino, por el contrario, tratar de explotar los puntos débiles del adversario en turno con argumentos tácticos inéditos en partidos anteriores. Su récord de 33 victorias, nueve empates y sólo diez derrotas en 52 partidos, de noviembre de 2015 a julio de 2018, y sus números casi perfectos en la eliminatoria mundialista -que en ciclos anteriores costó sangre, sudor y lágrimas… y aun el cese de varios entrenadores-, dejaron la vara muy alta para su sucesor… y para los que vengan.* Martino, como todos sus predecesores, merece el beneficio de la duda. Lo merece por su historial, que incluye éxitos y fracasos, y por la seriedad profesional de que ha dejado constancia por doquiera que ha pasado.Sin embargo, entendidos de que no es una réplica de Mandrake el Mago, la evaluación de su trabajo corresponderá, como siempre, al supremo juez: el tiempo.