Es poco probable que cuando Homero Simpson acuñó el aforismo de que “Las tradiciones son para romperse”, estuviera pensando precisamente en “El Grito” de la noche del 15 y en el desfile del 16 de septiembre en México. Tampoco es de suponerse que hubiera previsto no solo que esas tradiciones fueran a romperse, sino que infinidad de rutinas -laborales, educativas, religiosas, de asueto, de convivencia social...- de la mayoría de los seres humanos, tuvieran que alterarse drásticamente a causa de la intempestiva aparición y propagación por todo el mundo de un virus sumamente contagioso y letal. -II- Si lo normal en estas fechas, hasta hace dos años, era el fandango, la “nueva normalidad” ha obligado a suprimir las acostumbradas expansiones. Con mínimas variantes, las autoridades civiles, en todo el país, han dispuesto, en nombre de la prudencia, la cancelación de los festejos acostumbrados -“El Grito” desde la sede de los poderes públicos y el desfile cívico-militar por las principales calles de la población- para evitar la concentración de multitudes y reducir los posibles contagios.Lo cual, por lo demás, no será obstáculo para que desde Palacio Nacional se difunda hoy, “urbi et orbi” una versión “memorable” (dizque) del susodicho “Grito”. Quizá lo “memorable”, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, consista en que, para seguir el (mal) ejemplo de algunos de sus predecesores -Echeverría, López Portillo, Fox...-, su protagonista tenga a bien “enriquecer” la versión actualizada de la arenga de Don Miguel Hidalgo, desde el atrio de la parroquia de Dolores, a sus huestes, metiendo a martillazos -como la “morcilla” que algunos actores teatrales añadían a sus parlamentos- alguna rimbombante o encomiástica referencia, por disparatada que pueda resultar, a sus personalísimas filias o a sus acostumbradas fijaciones.-III- El año pasado -primero de la pandemia- se convino en que, abruptas y todo, decisiones como la de suspender las tradicionales celebraciones religiosas de Semana Santa, la romería del 12 de octubre a Zapopan, las festividades del 12 de diciembre, las demás fiestas patronales y aun las fiestas de Navidad y Año Nuevo, no deberían afectar a los creyentes en la más trascendental de sus convicciones: el amor al prójimo.Asimismo, la decisión, ampliamente consensuada, de cancelar la tradicional celebración de las Fiestas Patrias, mientras las actuales circunstancias prevalezcan, de ninguna manera debe ir en menoscabo del amor a la patria -en el mejor de los sentidos: nada que ver con el patrioterismo ramplón- por parte de los ciudadanos.Así que...jagelias@gmail.com