Hace poco más de un mes, el tema por excelencia era el “Clásico” Tigres-Monterrey; hoy es el “Clásico” Cruz Azul-América… Independientemente de las implicaciones del resultado en la clasificación para la “Liguilla” - que los dos equipos tienen virtualmente asegurada- y de las elucubraciones acerca de que al partido de esta tarde en el Estadio Azteca pudiera considerársele “una final adelantada”, el asunto medular estriba en la relativa facilidad con que actualmente se cuelga la etiqueta de “Clásico” a un partido… y en la incapacidad manifiesta de los legítimos actores de uno de los pocos “Clásicos” propiamente dichos que quedaban (Atlas-Guadalajara… o Guadalajara-Atlas, como se prefiera) para honrar esa etiqueta.*Clásico, por definición, es el autor o la obra a los que se considera ejemplares o dignos de imitación en cualquiera de las artes. En el deporte se asigna esa denominación a los partidos que, más allá de las circunstancias del momento, generan una rivalidad o una expectación extraordinarias.Es, por supuesto, el caso de los encuentros entre dos equipos de la misma ciudad o de la misma región (al León-Irapuato se le llamaba “El Clásico del Bajío”), o a los de equipos representativos de regiones antagónicas que se disputan la supremacía nacional. Los ejemplos más perfectos serían, en México, los duelos Guadalajara-América, y, a nivel mundial, los Real Madrid-Barcelona. * En la ciudad de México, el “Clásico” por excelencia, en los inicios del futbol profesional, tenía por protagonistas, merced a su popularidad -incomparablemente mayor a la que más tarde adquiriría el América- a Necaxa y Atlante. Como ambos se han desterrado de la capital y los azulgrana, además, llevan un buen rato en el limbo de la ahora denominada División de Ascenso, América (decano del futbol mexicano) y Cruz Azul (ascendido a la Primera División a inicios de la década de los sesentas) les arrebataron el honroso título.En Monterrey, el arribo de los “Tigres” al máximo circuito, a mediados de los setentas, el auge de los equipos de la región y la pasión -bien entendida- de sus aficionados, ha generado un fenómeno similar. * Atlas y Guadalajara (o Guadalajara y Atlas, que “tanto monta…”), en tanto, incapaces de ponerse a la altura de su propia historia, se han dormido en sus laureles, y ahora protagonizan, en el mejor de los casos, “Clásicos” chiquitos; “Clásicos” pueblerinos; “Clásicos” devaluados; “Clásicos” -en fin- de segunda mesa…