El miedo, entendido como “inquietud, angustia producida por un peligro real o imaginario”, penetra en la mente de las personas y termina por modificar hábitos individuales y sociales. Ese “peligro real o imaginario”, para muchos mexicanos, tiene en la actualidad dos facetas preponderantes: uno, el COVID-19; otro, la delincuencia en cualquiera de sus acepciones.-II-La pandemia con que hemos tenido que convivir desde hace más de dos años impone patrones de conducta generalizados, como el distanciamiento social o el uso de cubrebocas; modifica hábitos sociales, como el de frecuentar bares, restaurantes, teatros o estadios, o salir de vacaciones. Las recomendaciones de las autoridades sanitarias y las disposiciones -en concordancia- de las civiles y eclesiásticas no solo han obligado a modificar conductas: también han afectado gravemente a infinidad de negocios y motivado despidos o recortes de personal.Vacunas, restricciones y demás medidas orientadas a abatir la curva de los contagios y alcanzar la “inmunidad del rebaño”, asumidas de buen grado, permiten alentar el buen deseo de volver a vivir en circunstancias parecidas a las de la antigua normalidad.-III-Por desgracia, para enfrentar la inseguridad que campea por doquier, no hay vacunas ni cubrebocas que sirvan. El Centro, muchos barrios y colonias de Guadalajara -y de otras ciudades grandes o medianas del país- entre las nueve de la noche y las siete de la mañana (”desde que Dios anochece hasta que amanece”, decían las abuelas de antes), son zonas muertas en las que se intuye el peligro y se huele el miedo.Súmense a lo anterior advertencias como las de “no salir” y no transitar por las carreteras de Zacatecas, difundidas en redes sociales, supuestamente por grupos delictivos apoderados de una entidad en que las matanzas han sido la constante; o noticias como las relacionadas con los “avances” en el hallazgo e inhabilitación de “minas” sembradas por los narcotraficantes en poblaciones de la Tierra Caliente de Michoacán (Aguililla, concretamente) que han sido abandonadas por muchos de sus propios habitantes; o recomendaciones como las de las autoridades estadounidenses de no viajar a Cancún, emitidas tras los recientes asesinatos ocurridos en hoteles de primera clase; o informaciones como la irrupción de bandas delincuenciales en Caborca, Sonora, sin que haya, en contrapartida, noticias alentadoras sobre la reacción de las autoridades en la medida y de la naturaleza de lo deseable...La suma total es, fatal y necesariamente, la dolorosa conclusión de que la seguridad de los ciudadanos es, para las “h.” autoridades, asignatura pendiente.jagelias@gmail.com