Suele decirse, a propósito de manifestaciones públicas de carácter religioso -como, ahora mismo, la presencia masiva de fieles de la Iglesia “La Luz del Mundo” en La Hermosa Provincia y colonias vecinas, o, dentro de dos meses, “La Llevada” de la imagen de la Virgen de Zapopan a su Santuario-, que “todas las creencias son respetables”…La aseveración es discutible. Podrá concordarse, más bien, en que todas las personas, al margen de sus creencias (o increencias) son respetables… aunque muchas creencias sean intrínsecamente aberrantes y, por ende, reprobables: el supremacismo blanco -y todas sus variantes-, por ejemplo, ahora que las recientes masacres indiscriminadas de personas inocentes en El Paso y Dayton lo han regresado a la palestra cuando ya se le creía momia atractiva, si acaso, como pieza de museo. -II- Convendría distinguir: una cosa es reprobar las actitudes discriminatorias, ofensivas y aun agresivas contra los “hermanos” -como genéricamente ellos mismos se denominan- de “La Luz del Mundo”, acrecentadas a raíz de la reclusión de su principal dirigente (“presidente internacional” o “apóstol de Jesucristo”) en una cárcel de los Estados Unidos, donde eventualmente será procesado por diversos delitos de carácter sexual, y otra muy diferente dejar de consignar las molestias que durante los siete días que dura “la santa convocación” que anualmente se realiza en su iglesia principal, en una colonia del oriente de Guadalajara, tienen que soportar los vecinos que no comparten ni sus creencias ni la santa alegría por su tradicional celebración: aglomeraciones (explicables por la presencia estimada de 600 mil fieles, procedentes de 58 países, según voceros de la misma iglesia), cierre de calles, espacios invadidos por centenares de autobuses foráneos, el ruido casi incesante de los altavoces que difunden tanto plegarias como avisos a los peregrinos, desvío de rutas de los camiones urbanos, etc. -III- Al margen del desenlace que tenga el proceso judicial contra su líder por parte de las autoridades norteamericanas, queda claro que sus feligreses no tienen por qué ser involucrados por terceros en los delitos que se le imputan; que su derecho de proclamar públicamente la inocencia de aquél es válida mientras no se pruebe lo contrario; que aun si esto último llegara a suceder, es aberrante que se quiera endosar a miles de inocentes las culpas de unos cuantos pecadores... Y, peor aún, es bárbaro que con ese pretexto se les pretenda lapidar en nombre de una intolerancia ideológica o religiosa reacia a dar su verdadero nombre.