Quizá la mayor bendición de la modernidad, para los melómanos, es la oportunidad de acceder, con relativa facilidad y un desembolso prácticamente insignificante, a excelentes versiones de las obras maestras de la música.Hasta la invención del cilindro fonográfico, a finales de la década de 1880, y del tocadiscos, alrededor de 1912, solo podía escucharse música en los conciertos. La evolución de las tecnologías, los discos de Larga Duración, los casetes, los compact-disc y los sistemas analógico y digital, abatieron fronteras y abrieron infinitas posibilidades de disfrutar, apreciar… y comparar.El melómano, actualmente, puede constatar que cada interpretación es diferente, única y -salvo en grabaciones- irrepetible; que, contra lo que pudiera pensarse, aunque los compositores dejaron escritas todas las notas y múltiples observaciones en las partituras, no todo lo que se escucha aparece en ellas.Cada orquesta y cada director, aun respetando al pie de la letra las indicaciones del compositor, obtiene resultados muy similares… aunque con notorias diferencias. Del impacto que las variaciones de matiz o de ritmo tengan en la audiencia, por mínimas que sean -por el sonido de los instrumentos, por la habilidad de sus ejecutantes o por la sensibilidad o iniciativa del director- depende la calificación que se les da.Un interesante ejercicio, posible merced a YouTube (que sería a las antiguas discotecas lo que Wikipedia sería a las antiguas enciclopedias), consistiría en comparar versiones recientes de una obra consagrada, en que las señaladas diferencias, tanto en el aspecto auditivo como en el visual, son notorias.Se trata de la Sinfonía No. 9 (la Octava en algunos catálogos), D. 944, ("La Grande") de Schubert; una, con la dinámica gestual sobria, casi minimalista pero eficiente de Herbert Blomstedt -a sus 93 años- frente a la NDR Elbphilharmonie Orchester; otra, con la Konzerthausorchester de Berlín, dirigida por Joana Mallwitz, con una gesticulación excesiva pero igualmente pulcra, respetuosa de la partitura; y la tercera, con la hr-Sinfonieorchester de Frankfurt, dirigida por Manfred Honeck.Esta última, por el tempo acelerado que le imprime (puede compararse con las versiones consagradas de Otto Klemperer, Sergiu Celibidache, Günter Wand, Wolfgang Sawallisch, Claudio Abbado, Karl Böhm, Lorin Maazel, Dima Slobodeniouk o Andrés Orozco Estrada, entre otros), es prueba fehaciente de que la batuta, aun siendo el único instrumento silente de la orquesta, hace de cada interpretación, como se apuntó líneas arriba, algo único e irrepetible.jagelias@gmail.com